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Tras soportar las dificultades, mi amor por Dios es aún más fuerte

 

Por Zhou Rui, provincia de Jiangxi

 

Me llamo Zhou Rui y soy cristiano de la Iglesia de Dios Todopoderoso. Desde que tuve conciencia, vi a mis padres trabajar duro en el campo de la mañana a la noche para ganarse la vida. A pesar de sus grandes esfuerzos, apenas ganaban dinero al año, por lo que nuestra familia siempre vivía en una pobreza considerable. Sentía envidia al ver a esas personas con poder e influencia que vivían cómodamente sin necesidad de trabajar duro, así que tomé una firme determinación: cuando creciera, estaba decidido a tener éxito en mi carrera o a conseguir un puesto en el Gobierno para así ponerle remedio a la pobreza y el retraso de mi familia, para que mis padres también pudieran vivir la vida de los ricos. No obstante, si bien luché por este ideal durante muchos años, nunca pude conseguir lo que quería; continué viviendo una vida de pobreza. A menudo suspiraba, preocupado por no obtener resultados a pesar de lo ocupado que estaba siempre y, poco a poco, fui perdiendo la fe en la vida. Justo cuando empezaba a no tener esperanza y a desesperarme, la salvación de Dios Todopoderoso de los últimos días vino a mí. De Sus palabras capté algunas verdades y llegué a conocer la raíz del sufrimiento humano en el mundo. También entendí cómo necesitaban vivir las personas para poder llevar una vida más significativa y valiosa. A partir de entonces, aunque seguía confundido e indefenso, encontré mi dirección en la vida. Al dejar atrás la depresión y el abatimiento, sentí una renovada vitalidad y un nuevo impulso en la vida, tuve esperanza. Después, para que los que todavía vivían en el sufrimiento y la impotencia pudieran también obtener esta extremadamente rara salvación, comencé a ir de un lugar a otro, predicando enérgicamente la salvación de Dios de los últimos días. Sin embargo, lo que no esperaba que sucediera durante mi labor de difundir el evangelio era ser capturado dos veces por el Gobierno chino y sufrir una tortura brutal e inhumana… En aquel oscuro pozo de monstruosidades, Dios Todopoderoso nunca se apartó de mi lado; Sus palabras me dieron fe y fuerza, llevándome una y otra vez a la victoria sobre las fuerzas oscuras de Satanás y reforzando mi amor por Él.

 

Era un día de junio de 2003; dos de mis hermanos y yo habíamos ido a una aldea a difundir el evangelio y allí fuimos denunciados por una persona malvada. Cinco o seis policías se acercaron a nosotros a toda prisa en tres coches y nos esposaron sin hacer ni una sola pregunta. Nos empujaron y nos dieron patadas para obligarnos a subir a los vehículos y nos llevaron a la Oficina de Seguridad Pública. En el coche no sentí ningún miedo. Siempre me había parecido que el propósito de difundir el evangelio era llevarle la salvación a la gente, así que no habíamos estado haciendo nada malo; una vez llegáramos a la Oficina, les explicaría la situación y la policía nos dejaría ir. No obstante, ¿cómo iba a imaginar que los policías del Gobierno chino eran más crueles y salvajes que cualquier rufián o tirano malvado? Al llegar al DSP, la policía ni siquiera nos dio la oportunidad de explicarnos antes de separarnos e interrogarnos individualmente. En cuanto entré en la sala de interrogatorios, un policía me ladró: “La política del Partido Comunista es ‘clemencia para los que confiesan y severidad para los que se resisten’. ¿Lo sabes?” Posteriormente, me preguntó información personal. Al ver que mis respuestas no le satisfacían, otro policía se acercó a mí y gruñó: “¡Bah! No estamos jugando. Tendremos que darte una lección a ver si así dices la verdad”. Entonces hizo un gesto con la mano y dijo: “¡Trae unos cuantos ladrillos para castigarlo!” Apenas dijo esto, dos policías se acercaron, me cogieron de una mano y tiraron de ella pasándola por encima de mi hombro y bajándola por la espalda al tiempo que tiraban de mi otra mano por detrás de la espalda hacia arriba para esposar ambas manos por la fuerza. De inmediato, sentí un dolor insoportable como si mis brazos estuvieran a punto de romperse. ¿Cómo iba a soportar una persona tan débil como yo tal tormento? Enseguida caí derrumbado al suelo. Entonces la policía malvada tiró abruptamente de las esposas hacia arriba y colocó dos ladrillos entre mis manos y mi espalda. Un repentino dolor agudo se disparó directo a mi corazón, como si miles de hormigas me estuvieran royendo los huesos. En mi total agonía, usé las fuerzas que me quedaban para implorarle a Dios: “Dios Todopoderoso, sálvame. Dios Todopoderoso, sálvame…” Aunque en aquel momento habían pasado más o menos tres meses desde que había aceptado la salvación de Dios de los últimos días, aún no estaba equipado con muchas de Sus palabras y solo entendía unas pocas verdades. Sin embargo, en mitad de mi continua súplica, Dios me concedió fe y fuerza y plantó una firme convicción dentro de mí: ¡debo mantenerme firme en el testimonio de Dios! ¡Definitivamente, no debo rendirme ante Satanás! Entonces, apreté los dientes y me negué rotundamente a decir una palabra más. Enfurecidos y exasperados, los malvados policías intentaron otro ardid despiadado con la intención de someterme: Colocaron dos ladrillos en el suelo y me obligaron a arrodillarme encima de ellos; al mismo tiempo, me tiraron con fuerza de las esposas. Al instante, mis brazos sufrieron un dolor tan insoportable que me pareció que se habían roto. Aguanté allí, arrodillado, unos minutos hasta que volví a caer inmóvil al suelo, después de lo cual los policías me levantaron con violencia tirando de las esposas y me obligaron a seguir arrodillado. Me torturaron de esa manera una y otra vez. Era pleno verano, así que, además de sufrir aquella agonía, tenía calor; el sudor me goteaba de forma incesante por la cara. Me estaba costando tanto aguantar que respiraba con gran dificultad y casi me desmayo. Aun así, esta banda de policías malvados no hizo más que regocijarse con mi desgracia. “¿Estás bien?”, dijo uno de ellos. “¡Si sigues negándote a hablar, tenemos muchas más formas de tratar contigo!” Al ver que no respondía, les pudo la frustración y dijeron: “Entonces, ¿no has tenido suficiente? ¡Otra vez!” Tras dos o tres horas de este tormento, me dolía todo, de la cabeza a los pies, y no me quedaban fuerzas. Caí al suelo y no podía moverme e, incluso, perdí el control de mi vejiga y mis intestinos. Enfrentado a la tortura salvaje de estos policías malvados, me odié a mí mismo por mi ignorancia, por haber estado tan ciego; había asumido ingenuamente que la Oficina de Seguridad Pública era un lugar de razón y que los policías defenderían la justicia y me liberarían. Nunca esperé que fueran tan malvados y crueles como para tratar de sacarme una confesión mediante la tortura sin la más mínima prueba, torturándome casi hasta matarme. ¡Son extremadamente malvados! Yací en el suelo como si estuviera hecho pedazos y no podría haberme movido, aunque hubiera querido. No sabía cómo planeaban seguir torturándome, ni cuánto tiempo más podría aguantar. En mi sufrimiento e impotencia, lo único que podía hacer era implorar continuamente a Dios que me diera fuerzas para seguir aguantando. Dios escuchó mis súplicas y se apiadó de mí, haciéndome recordar una de Sus declaraciones: “Este es un momento crucial. Asegúrate de no estar desanimado o desalentado. Debes mirar hacia adelante en todo y no volver atrás […]. Mientras te quede un aliento de vida, debes perseverar hasta el fin; esta es la única manera de que seas digno de elogio” (‘Capítulo 20’ de Declaraciones de Cristo en el principio en “La Palabra manifestada en carne”). Las palabras de Dios me concedieron una fe y una fuerza enormes. ¡Eran tan ciertas! Dado que estaba caminando por el camino de la luz y la justicia, debía tener la fe para seguir adelante; aun si llegaba en mi último aliento, ¡tenía que perseverar hasta el final! Las palabras de Dios resonaron con fuerza vital; me permitieron tener la fe y el valor para luchar contra estos demonios malvados hasta el final y, poco a poco, fui también recuperando algo de mi fuerza física. Después de aquello, el policía malvado continuó interrogándome y pisoteándome los pies sin piedad hasta dejármelos aplastados y destrozados. Sin embargo, no sentí más dolor. Sabía que esto se debía a las maravillosas obras de Dios; al haber tenido piedad de mí y mostrar preocupación por mi debilidad, Él había aliviado mi sufrimiento. Más tarde, los malvados policías nos arrestaron bajo el cargo de “perturbar el orden público”. Esa noche, nos esposaron a cada uno a un bloque separado de cemento de ciento cincuenta o doscientos kilos, al que permanecimos encadenados hasta la noche siguiente, cuando nos transportaron de nuevo al centro de detención local.

 

Entrar en el centro de detención fue como ser arrojado a una especie de infierno. Los oficiales del correccional me obligaron a enlazar bombillas de colores. Al principio, me obligaban a hacer seis mil al día, pero, después, la cifra aumentó a doce mil diarias. A consecuencia de la excesiva carga de trabajo, me hacía mucho daño en los dedos y aun así, no podía completar la tarea de cada jornada. No me quedaba otro remedio que seguir enlazando bombillas durante toda la noche. A veces no podía soportarlo y quería echarme una siesta, pero, en cuanto me veían, me golpeaban brutalmente. Los agentes del correccional incluso incitaban a los matones de la cárcel, diciendo en alto: “Si estos convictos no pueden hacer el trabajo o no lo hacen bien, deberíais darles un par de inyecciones de ‘penicilina’”. Con “inyección de penicilina” se referían a darle un rodillazo en la entrepierna a un recluso, seguidamente propinarle un fuerte codazo en mitad de la espalda mientras estaba doblado por el dolor y luego, darle un pisotón en el pie. Ese método despiadado puede causar a veces el desmayo inmediato de una persona e incluso que quede lisiada de por vida. En aquella diabólica prisión, realicé arduos trabajos forzados todos los días y encima tuve que soportar crueles palizas. Además, las tres comidas que nos daban cada día ni siquiera eran aptas para el consumo de perros o cerdos. Los platos que comíamos estaban hechos de hojas de rábano sin sazonar y col de pantano (a menudo mezclada con hojas y raíces podridas, arena y barro), junto con unos ciento cincuenta gramos de arroz y una taza del agua que se había usado para lavar el arroz. Me pasaba el día tan hambriento que mi estómago gruñía sin cesar. En este tipo de ambiente, solo podía confiar en Dios Todopoderoso; cada vez que recibía una paliza, enseguida me ponía a orar; le rogaba a Dios que me diera fe y fuerzas para vencer las tentaciones de Satanás. Después de más de veinte días de ser asolado y atormentado, mi cuerpo se había demacrado tanto, que ya no era posible reconocerme: no tenía fuerza en brazos y piernas, no podía ponerme derecho y ni siquiera tenía fuerzas para estirar los brazos. Sin embargo, los pérfidos guardias no solo se mostraron indiferentes hacia mi situación, sino que, incluso, se apropiaron de los pocos cientos de yuanes que mi familia me envió. Con el paso del tiempo, mi condición física empeoró cada vez más; me debilité tanto que no pude evitar quejarme: “¿Por qué una persona que cree en Dios tiene que ser sometida a tanto sufrimiento en este país? ¿Acaso no difundo el evangelio para llevar a la gente ante Dios y recibir Su salvación? Y ni siquiera he cometido ningún crimen…” Cuanto más pensaba en esto, más difícil era soportarlo y más injusto sentía que era todo. Lo único que podía hacer era orar continuamente a Dios e implorarle que se apiadara de mí y me salvara. En mitad de mi miseria e impotencia, Dios me llevó a recordar un himno de Sus declaraciones: “2 Tal vez todos recordáis estas palabras: ‘Pues esta aflicción leve y pasajera nos produce un eterno peso de gloria que sobrepasa toda comparación’. Dios cumplirá estas palabras durante los últimos días y se cumplirán en aquellos que han sido brutalmente perseguidos por el gran dragón rojo en la tierra donde yace enroscado. El gran dragón rojo persigue a Dios y es Su enemigo, y por lo tanto, en esta tierra, los que creen en Dios son sometidos a humillación y opresión y, como resultado, las palabras de Dios se cumplirán en este grupo de personas, vosotros. 3 Es tremendamente difícil para Dios llevar a cabo Su obra en la tierra del gran dragón rojo, pero es a través de esta dificultad que Dios realiza una etapa de Su obra, para manifestar Su sabiduría y acciones maravillosas, y usa esta oportunidad para hacer que este grupo de personas sean completadas. Dios lleva a cabo Su obra de purificación y conquista mediante el sufrimiento, el calibre y todo el carácter satánico de las personas en esta tierra inmunda, para, de esta manera obtener la gloria y así ganar a los que dan testimonio de Sus obras. Este es el significado completo de todos los sacrificios que Dios ha hecho por este grupo de personas” (‘Vosotros recibiréis la herencia de Dios’ en “Seguir al Cordero y cantar nuevos cánticos”). Las palabras de Dios me proporcionaron un enorme consuelo y aliento, y me permitieron entender Su voluntad. Al creer en Dios en un país ateo, estamos destinados a soportar la coerción y persecución del demonio Satanás; sin embargo, el que estemos sujetos a esta angustia es algo permitido por Dios, por lo que sufrir así tiene valor y significado. Semejante persecución y sufrimiento es exactamente el método mediante el cual Dios planta la verdad dentro de nosotros; así nos hace aptos para llevar Su promesa. Este “sufrimiento” es la bendición de Dios y poder permanecer leal a Dios a través de este sufrimiento es un testimonio de la victoria de Dios sobre Satanás, además de una prueba convincente de que he sido ganado por Dios. “Ahora”, pensé, “como sigo a Dios sufro esta persecución a manos de los demonios del Partido Comunista de China y Dios me muestra de esta forma un favor especial, así que, por derecho, debo someterme a la orquestación de Dios y enfrentarla alegremente y aceptarla con una paz mental inquebrantable”. Recordé otra de las declaraciones de Dios, pronunciada en la Era de la Gracia: “Bienaventurados aquellos que han sido perseguidos por causa de la justicia, pues de ellos es el reino de los cielos” (Mateo 5:10). En aquel momento, hallé todavía más fe y fuerza: daba igual cómo me torturaran Satanás y sus demonios: estaba decidido a no ceder ante ellos y juré que me mantendría firme en mi testimonio y satisfaría a Dios. Dotadas de autoridad y poder, las palabras de Dios habían disipado la desolación y la impotencia que había sentido en mi interior y aliviado el ruinoso sufrimiento físico al que había sido sometido. Me permitieron ver la luz en las tinieblas y mi espíritu se volvió más fuerte e inquebrantable.

 

Más tarde, a pesar de no tener ninguna prueba, el Gobierno chino me impuso la condena de un año de reeducación a través del trabajo. Cuando la policía me trasladó al campo de trabajo, los guardias de la prisión vieron que no era más que piel y huesos y ya casi no parecía humano. Por miedo a que muriera, no se atrevieron a aceptarme, así que los policías no tuvieron más remedio que llevarme de vuelta al centro de detención. Para entonces había sido torturado por aquellos malvados policías hasta tal punto que no podía comer; sin embargo, no solo no me proporcionaron tratamiento médico, sino que incluso aseguraron que estaba fingiendo. Cuando vieron que no podía ingerir nada de comida, hicieron que alguien me abriera la boca y me la echara a la fuerza. Al darse cuenta de que tenía problemas para tragar, me golpearon. Me alimentaron a la fuerza y me golpearon como a una muñeca de trapo tres veces en total. Al ver que no podían darme más comida, no les quedó otra alternativa que llevarme al hospital. Los exámenes revelaron que mis venas se habían endurecido; mi sangre se había convertido en una pasta negra y no podía circular adecuadamente. El médico dijo: “Si este hombre sigue detenido, sin duda morirá”. Sin embargo, ni así me dejaron ir los detestables y malvados policías. Más tarde, con la vida pendiendo de un hilo, los otros prisioneros me dijeron que no me quedaba ninguna esperanza y estaba totalmente perdido. Para entonces, sentía una angustia absoluta; me parecía que, siendo tan joven y habiendo aceptado recientemente la obra de Dios de los últimos días, todavía me quedaban muchas cosas por disfrutar y aún no había presenciado el día de la gloria de Dios. En realidad, no me resignaba a ser torturado hasta la muerte por el Gobierno chino. Despreciaba absolutamente a este grupo de policías malvados y sin corazón y odiaba aún más al Gobierno chino, que no era más que un malvado régimen satánico perverso que desafiaba al cielo. Me había privado de la libertad de seguir al verdadero Dios y me había llevado al borde de la muerte y no me permitía adorar al verdadero Dios. El Partido Comunista se opone frenéticamente a Dios, persigue cruelmente a los cristianos y desea exterminar a todos los que creen en Él y convertir a China en una región sin Dios. Este malvado demonio Satanás es, ciertamente, el enemigo que se opone irreconciliablemente a Dios y, además, es el enemigo al que nunca podré perdonar. Juré que, aunque me torturaran hasta la muerte aquel día, ¡no transigiría ni cedería ante Satanás! En medio de mi dolor e indignación, recordé algo que Dios había dicho: “Miles de años de odio están concentrados en el corazón, milenios de pecaminosidad están grabados en el corazón; ¿cómo no podría esto infundir odio? ¡Venga a Dios, extingue por completo a Su enemigo, no permitas que siga más tiempo fuera de control, que provoque más problemas como desea! Ahora es el momento: el hombre lleva mucho tiempo reuniendo todas sus fuerzas; ha dedicado todos sus esfuerzos y ha pagado todo precio por esto, para arrancarle la cara odiosa a este demonio y permitir a las personas, que han sido cegadas y han soportado todo tipo de sufrimiento y dificultad, que se levanten de su dolor y le vuelvan la espalda a este viejo diablo maligno” (‘La obra y la entrada (8)’ en “La Palabra manifestada en carne”). Después de meditar en las palabras de Dios, vi aún más claramente el rostro demoníaco, malvado y despiadado del Gobierno chino y reconocí que, en ese mismo momento, me enfrentaba a una batalla espiritual entre la vida y la muerte, entre el bien y el mal. La meta del Gobierno chino al destruirme de esta manera era forzarme a abandonar a Dios y traicionarlo, pero Él me había animado y me había recordado que me mantuviera fuerte, que me librara de la influencia que la muerte tenía sobre mí y diera testimonio victorioso para Él. No podía encerrarme en la negatividad; tenía que cooperar diligentemente con Dios y someterme a sus orquestaciones y arreglos. Como Pedro, tenía que rendirme a la muerte y, en mi último momento de vida, dar un testimonio firme y rotundo de Dios y consolar Su corazón. Mi vida estaba en manos de Dios y, aunque Satanás pudiera lastimar y matar mi cuerpo físico, no podía destruir mi alma y, mucho menos, hacer algo para interferir en mi determinación de creer en Dios y buscar la verdad. Sobreviviera o no a ese día, mi único deseo era confiar mi vida a Dios y aceptar Sus orquestaciones; ¡aunque acabara mutilado hasta la muerte, no me rendiría a Satanás! Cuando me mostré dispuesto a sacrificar mi vida y decidí mantenerme firme en mi testimonio de Dios, Él me proporcionó una salida al incitar a los otros convictos a alimentarme. Cuando aquello sucedió, me inundó la emoción; en el fondo sabía que Dios estaba a mi lado y siempre había estado conmigo. Todo el tiempo, Él había estado cuidándome y protegiéndome, empatizando con mi debilidad y disponiendo cuidadosamente todo para mí. En esa oscura guarida de demonios, a pesar de que me habían destrozado el cuerpo, dentro de mi corazón ya no sentía tanto dolor y angustia. Después de aquello, los malvados policías me mantuvieron detenido durante otros quince días, pero al ver que mi vida pendía de un hilo y que podía morir en cualquier momento, al final no tuvieron otra opción más que liberarme. Cuando me detuvieron pesaba más de cincuenta kilos, pero durante los casi dos meses que pasé encerrado me torturaron hasta tal punto que ahora solo era piel y huesos, y pesaba apenas veinticinco o treinta kilos y me quedaba un hilo de vida. Aun así, esta manada de monstruos quería multarme con diez mil yuanes. Finalmente, al ver que mi familia no tenía manera de conseguir una suma tan grande de dinero, me pidieron seiscientos yuanes para cubrir mis gastos de comida, y solo después de haberlos pagado me dejaron ir.

 

Sufrir aquella tortura inhumana y un trato tan cruel a manos del Gobierno chino me dejó con la sensación de que había escapado por poco de las puertas del infierno. Mi supervivencia se debió, por completo, al cuidado y protección de Dios; Él me mostró Su gran salvación. Al pensar en el amor de Dios, me sentí doblemente conmovido y obtuve una apreciación aún más profunda de la hermosura de Sus palabras. A partir de ahí, leí con avidez Sus declaraciones diariamente y le oré con frecuencia. Poco a poco fui obteniendo una mayor comprensión de la obra que Dios estaba haciendo para salvar a la humanidad en los últimos días. Después de un tiempo bajo el cuidado de Dios, mi cuerpo se fue recuperando y de nuevo comencé a difundir el evangelio y a dar testimonio de la obra de Dios de los últimos días. Sin embargo, mientras el régimen satánico permanezca en pie, nunca dejará de tratar de interrumpir y destruir la obra de Dios. Posteriormente, fui de nuevo objeto de la frenética persecución y arrestos por parte de la policía del Gobierno chino.

 

Un día de noviembre de 2004, el viento invernal soplaba con un frío que calaba los huesos y en el aire se arremolinaban gruesos copos de nieve. Mientras difundía el evangelio, la policía del PCCh nos siguió a algunos de mis hermanos y hermanas y a mí en secreto. A las ocho de la noche, estábamos en mitad de una reunión, cuando, de repente, oímos una serie de golpes y gritos urgentes en la puerta: “¡Abran! ¡Abran la puerta! ¡Somos de la Oficina de Seguridad Pública! ¡Si no abren la puerta ahora mismo, la echaremos abajo!” Sin tiempo para pensar, nos apresuramos a esconder los reproductores de vídeo, los libros y otros materiales. Un momento después, cinco o seis policías irrumpieron por la puerta y se lanzaron a la carga, como una jauría de bandidos o ladrones. Uno de ellos gritó: “¡Que nadie se mueva! ¡Poned las manos sobre la cabeza y agachaos junto a la pared!” De inmediato, algunos de los policías entraron corriendo en cada habitación y pusieron todo patas arriba. Confiscaron cuatro reproductores de vídeo portátiles y algunos libros sobre la fe en Dios. Inmediatamente después, nos obligaron a subir a los coches de policía y nos llevaron a la comisaría local. Por el camino, se me vinieron a la cabeza cada una de las escenas de las horrendas torturas que me infligieron los malvados policías el año anterior e, inevitablemente, me sentí bastante nervioso, pues no sabía qué más podrían hacer esta vez aquellos diabólicos policías para atormentarme. Temiendo no poder soportar su crueldad y terminar haciendo algo que traicionara a Dios, le oré sinceramente en silencio. De repente, recordé algunas de las palabras de Dios que habíamos leído en una reunión días antes: “Estoy lleno de esperanza por Mis hermanos y hermanas. Confío en que no os desanimaréis ni os desalentaréis y que, independientemente de lo que Dios haga, seréis como una olla de fuego: nunca seréis tibios y persistiréis hasta el final, hasta que la obra de Dios se revele plenamente […]” (‘La senda… (8)’ en “La Palabra manifestada en carne”). “Que todos hagamos este juramento delante de Dios: ¡Trabajar duro juntos! ¡Ser leales hasta el final! ¡Jamás separarnos y siempre estar juntos! ¡Espero que todos los hermanos y hermanas hagan esta promesa delante de Dios para que nuestro corazón no cambie jamás y nuestra determinación nunca flaquee!” (‘La senda… (5)’ en “La Palabra manifestada en carne”). Las palabras de Dios me sacudieron hasta la médula. Pensé en cómo Dios había descendido del cielo a la tierra y había sufrido tantas pruebas y tribulaciones en su obra de traer la salvación a la humanidad. Él tiene la esperanza de que la gente le será fiel hasta el final, no importa cuán duras sean sus circunstancias. Como alguien escogido por Dios, alguien que había disfrutado de la provisión de Sus palabras, me correspondía ofrecerme completamente a Él. “Por mucho que sufra o me atormenten -pensé-, mi corazón debe permanecer lleno de fe; mis sentimientos hacia Dios no deben cambiar y mi voluntad no debe flaquear. Tengo que dar un rotundo testimonio de Dios y en absoluto debo someterme o rendirme a Satanás. Además, no debo traicionar a Dios solo para poder seguir arrastrando una existencia sin sentido e innoble. De Dios es de quien dependo y, además, Él es mi pilar incondicional. Mientras coopere de verdad con Dios, Él ciertamente me guiará a la victoria sobre Satanás”. Así, en silencio, llegué a una determinación con Dios: “¡Oh, Dios! Aunque tenga que sacrificar mi vida, me mantendré firme en mi testimonio de ti. No importa los sufrimientos que tenga que soportar, me ceñiré al verdadero camino. ¡Me niego totalmente a ceder ante Satanás!” Fortalecido por las palabras de Dios, mi fe se multiplicó por cien y encontré la fe y la determinación de sacrificarlo todo para ser testigo de Dios.

 

En cuanto llegamos a la comisaría de policía, los agentes se apresuraron a calentarse junto a la estufa. Me miraron fijamente, con el ceño fruncido y los ojos resplandecientes y me interrogaron con voz severa: “¡Empieza a hablar! ¿Cómo te llamas? ¿A cuánta gente le has difundido el Evangelio? ¿Con quién has estado en contacto? ¿Quién es el líder de tu iglesia?” Al ver que estaba decidido a permanecer en silencio, uno de los policías malvados reveló su naturaleza brutal al atacarme y agarrarme con fiereza del cuello. Luego me golpeó la cabeza contra la pared, una y otra vez, hasta que me sentí mareado y me zumbaron los oídos. Después levantó el puño y me golpeó en la cara y la cabeza ferozmente, mientras gritaba: “Tú eres el puto líder, ¿no es así? ¡Habla más alto! Si no lo haces, ¡te colgaré en la azotea del edificio y te dejaré morir congelado!” Aquellos malvados policías me golpearon brutalmente durante media hora o más, hasta que vi estrellas y me sangraba la nariz. Al ver que no podían obtener las respuestas que querían, me llevaron a la Oficina. Por el camino, pensé en la demencial paliza que acababa de recibir de los policías malvados y una ola involuntaria de miedo recorrió todo mi cuerpo. Me dije: “Si fueron tan duros conmigo nada más llegar a la comisaría de policía local, entonces, ¿a qué crueldad llegarán los policías de la Oficina de Seguridad Pública con sus torturas? Las cosas pintan mal para mí. Puede que esta vez no salga vivo…”. Mientras reflexionaba sobre esto, mi corazón se llenó de una indescriptible sensación de desesperación y tristeza. En medio de mi angustia e impotencia, de repente recordé cómo Dios me permitió sobrevivir milagrosamente el año anterior cuando la malvada policía me había torturado hasta dejarme con un hilo de vida. De inmediato, me animé y pensé: “Si vivo o muero está en manos de Dios, ¿no es así? Sin el permiso de Dios, Satanás no puede matarme, da igual cuánto lo intente. He visto las maravillosas obras de Dios en el pasado, así que ¿cómo podía haberlas olvidado? ¿Cómo podía tener tan poca fe?” En aquel momento, me di cuenta de que mi estatura era todavía demasiado inmadura; enfrentado a la prueba de la muerte inminente, seguía siendo incapaz de estar al lado de Dios. No pude evitar recordar una de Sus declaraciones: “Vivir en tu mente es ser engañado por Satanás; esto es un callejón sin salida. Es muy simple ahora: mírame con tu corazón, y tu espíritu se fortalecerá inmediatamente. Tendrás una senda que practicar, y Yo guiaré todos tus pasos. Mi palabra te será revelada en todo momento y lugar. No importa dónde o cuándo, o cuán adverso sea el entorno, Yo te haré ver claramente y Mi corazón te será revelado si me miras con el tuyo; de esta forma, correrás por el camino que tienes por delante, y nunca te perderás” (‘Capítulo 13’ de Declaraciones de Cristo en el principio en “La Palabra manifestada en carne”). Las palabras de Dios fueron un faro que guiaba mi camino y me proporcionaron cada vez mayor claridad mental. Reconocí que Dios quería usar aquel ambiente arduo para purificarme, para que, en tiempos de crisis, abandonara mis nociones e imaginaciones y mis preocupaciones acerca de mi carne; para que siguiera adelante confiando solo en Dios y dependiendo de Sus palabras. Era un momento crucial en el cual Dios me estaba guiando a experimentar Su obra, y yo sabía que no debía flaquear de ninguna manera. ¡Tuve que poner mi vida y mi muerte enteramente en manos de Dios y confiar en Él mientras luchaba hasta el final contra Satanás!

 

Cuando llegamos a la Oficina, los policías nos separaron de nuevo y nos interrogaron individualmente. Mientras no paraban de tratar de forzarme a revelarles asuntos relacionados con mi creencia en Dios, al ver que me empeñaba en mantener la boca cerrada uno de los malvados policías se enfureció mucho: “¿De verdad crees que puedes salirte con la tuya haciéndote el tonto con nosotros? ¡No tengo paciencia para esto!” Al tiempo que decía aquello, me agarró del cuello de la camisa con ambas manos y me tiró al suelo como un saco de arena. Entonces, los otros malvados policías se abalanzaron sobre mí y empezaron a patearme y pisotearme hasta que me retorcí de dolor. Después me pusieron los pies en la cabeza y me apretaron con fuerza, como si movieran un rodillo… Todavía no me había recuperado completamente de la salvaje tortura que había sufrido el año anterior, así que después de haber sido golpeado tan cruelmente, de repente me sentí mareado y con náuseas. Sufriendo una absoluta agonía de pies a cabeza, me acurruqué hecho una bola. Luego, el policía malvado me arrancó los zapatos y los calcetines y me obligó a permanecer descalzo en el suelo. Hacía tanto frío que me castañeaban los dientes involuntariamente y tenía los pies completamente entumecidos. Me parecía que no podría aguantar más y en cualquier momento me derrumbaría en el suelo. Ante los crueles tormentos de estos malvados policías, no pude evitar sentir una ardiente ira e indignación. Despreciaba a estos súbditos del diablo totalmente malvados y odiaba al vil y reaccionario Gobierno chino. Se opone al Cielo y es el enemigo de Dios y, para forzarme a traicionar a Dios y renunciar a Él, me estaba destrozando y torturando, y se empeñaba en matarme. Enfrentado a la crueldad y la brutalidad de Satanás, pensé aún más en el amor de Dios. Me detuve en el hecho de que, para traer la salvación a la humanidad, y por el bien de nuestra existencia futura, Él había soportado una humillación extrema mientras caminaba en persona entre nosotros para llevar a cabo Su obra. Él había dado Su vida por nosotros y ahora estaba expresando paciente y sinceramente Sus palabras para guiarnos por el camino de la búsqueda de la verdad para alcanzar la salvación… Al hacer el recuento del doloroso precio que Dios había pagado por la salvación de la humanidad, sentí que nadie me amaba más que Él; Dios valoraba mi vida más que nadie. Satanás solo podía lastimarme o devorarme y matarme. En ese momento, sentí aún más cariño y adoración hacia Dios por florecer en mi corazón y no pude evitar orarle en silencio: “Dios, gracias por guiarme y salvarme así. No importa cómo me torture hoy Satanás, sin duda trabajaré duro para cooperar contigo. ¡Lo juro! ¡No me rendiré ni cederé ante el diablo!” Con el aliento del amor de Dios, aunque mi cuerpo físico se sentía débil e impotente por el tormento, mi corazón era firme y fuerte, y nunca cedí ante esos policías malvados. Me torturaron hasta la una de la madrugada del día siguiente cuando, al ver que en realidad no iban a obtener ninguna respuesta de mí, no tuvieron más remedio que llevarme al centro de detención.

 

Después de llegar al centro de detención, los malvados policías incitaron de nuevo a los matones de la cárcel a pensar en cualquier forma de castigarme. Para entonces ya me habían torturado tanto que mi cuerpo estaba cubierto de cortes y moretones; estaba completamente cojo y, en cuanto entré en mi celda, caí directamente al suelo gélido. Al verme así, sin mediar palabra, los matones de la cárcel me levantaron y me dieron puñetazos en la cabeza. Me golpearon hasta que todo me dio vueltas y volví a caer pesadamente al suelo. Después de eso, todos los convictos se acercaron para burlarse de mí, me obligaron a apoyar una mano contra el suelo y la otra sobre la oreja, para luego girar en círculos sobre el suelo como una brújula. Después de que me cayera mareado al suelo antes de llegar a completar un par de rotaciones, me patearon y me golpearon de nuevo. Uno de los convictos incluso me dio un fuerte golpe en el abdomen, lo que me hizo perder el conocimiento al instante. Después de eso, los otros reclusos recibieron instrucciones de los agentes del correccional de torturarme y maltratarme de una manera diferente cada día, y de obligarme a hacer todas las tareas diarias más sucias, como lavar los platos, limpiar los baños y cosas así. Incluso me vi obligado a tomar duchas frías en los días de nieve. Además, cada vez que me duchaba, me obligaban a enjabonarme de pies a cabeza y a dejar que el agua helada fluyera lentamente por todo mi cuerpo. Después de ducharme durante casi media hora, tenía tanto frío que estaba púrpura por todas partes y temblando. Ante esta tortura y crueldad inhumanas, le oré a Dios constantemente, aterrorizado de que, si le abandonaba, me convertiría en un cautivo absoluto de Satanás. A través de la oración, las palabras de Dios resonaban continuamente en mí y me guiaban: “Aquellos a los que Dios alude como ‘vencedores’ son los que siguen siendo capaces de mantenerse firmes en el testimonio y de conservar su confianza y su devoción a Dios cuando están bajo la influencia de Satanás y mientras estén bajo su asedio, es decir, cuando se encuentren entre las fuerzas de las tinieblas. Si sigues siendo capaz de mantener un corazón puro ante Dios y tu amor genuino por Él pase lo que pase, entonces te estás manteniendo firme en el testimonio delante de Él, y esto es a lo que Él se refiere con ser un ‘vencedor’” (‘Debes mantener tu lealtad a Dios’ en “La Palabra manifestada en carne”). Las palabras de Dios fueron una luz que iluminaba y calmaba mis pensamientos. Sabía que, cuando estaba bajo el asedio de Satanás, ese era el momento preciso en el que más necesitaba tenerle lealtad y amor a Dios. Aunque este ambiente miserable le había causado sufrimiento y tormento a mi cuerpo físico, en el trasfondo estaban ocultos el vasto amor y las bendiciones de Dios. Fue Dios quien me dio la oportunidad de mantenerme firme en mi testimonio de Él ante Satanás y de humillarlo y derrotarlo por completo. Por tanto, mientras padecía este sufrimiento, me advertí una y otra vez que debía ser paciente hasta el final, ser testigo de Dios confiando en Su guía en esta oscura guarida de demonios y esforzarme por ser un vencedor. Guiado por las palabras de Dios, mi corazón se volvió más firme y fuerte. A pesar de la debilidad y el tormento que atormentaban a mi cuerpo físico, tenía fe en que podía soportarlo todo para dar una batalla a vida o muerte contra Satanás y permanecer firme en mi testimonio de Dios con mi último aliento.

 

Tras haber pasado más de veinte días en la cárcel, de repente me dio un fuerte resfriado. Tenía las cuatro extremidades doloridas y flácidas, no me quedaban fuerzas en absoluto y en mi mente reinaba la confusión. Junto con el empeoramiento de mi estado y las implacables palizas y torturas de los otros prisioneros, no me creía capaz de aguantar más. En mi corazón me sentía especialmente débil y deprimido, y pensé para mis adentros: “¿Cuándo terminará este tormento y esta crueldad diaria? Parece que esta vez me van a condenar, así que no hay mucha esperanza de que salga vivo de aquí…” En cuanto lo pensé, sentí de repente como si mi corazón hubiera caído en un abismo sin fondo, y me hundí en una desesperación y dolor tan profundos que no pude hallar la salida. En mi momento de mayor desesperación, recordé un himno de las palabras de Dios: “No deseo que seas capaz de hablar muchas palabras conmovedoras, ni de contar muchas historias fascinantes; más bien, te pido que seas capaz de dar un buen testimonio de Mí, y que puedas entrar plena y profundamente en la realidad. […] No penséis más en vuestras propias perspectivas, y actuad tal como habéis decidido delante de Mí para someteros a las orquestaciones de Dios en todas las cosas. Todos aquellos que permanecen dentro de Mi casa deberían hacer tanto como puedan; deberías ofrecer lo mejor de ti a la última parte de Mi obra sobre la tierra. ¿Estás realmente dispuesto a poner en práctica tales cosas?” (‘¿En verdad puedes someterte a las orquestaciones de Dios?’ en “Seguir al Cordero y cantar nuevos cánticos”). Renglón por renglón, las palabras de Dios latieron en mi corazón, haciéndome sentir profundamente avergonzado. Pensé en cuántas veces había llorado lágrimas amargas y me había propuesto dedicarme a Dios en todas las cosas y someterme a Sus orquestaciones y arreglos. También pensé en cómo, cuando las palabras de Dios me guiaron mientras soportaba el sufrimiento y la tortura, había jurado por mi vida ante Dios que me mantendría firme en mi testimonio de Él, pero cuando Él me necesitó de verdad para pagar un precio real para satisfacerlo, me aferré a la vida y tuve miedo a la muerte y solo me preocupaba lo que le pasara a mi cuerpo físico. Había ignorado completamente la voluntad de Dios y solo pensaba en escapar de mi difícil situación y llegar a un lugar seguro lo antes posible. Me di cuenta de lo bajo y despreciable que era; no tenía suficiente fe en Dios y había demasiado engaño en mí. No podía ofrecerle a Dios ni una pizca de devoción auténtica y no tenía ni un solo hueso realmente obediente en el cuerpo. En ese momento comprendí que, en la obra de Dios en los últimos días, lo que Él quería era el verdadero amor y lealtad de la humanidad; esas son las últimas peticiones de Dios y las tareas finales que Él le ha confiado a la humanidad. Pensé: “Como creyente en Dios, debo ponerme completamente en sus manos. Puesto que mi vida me ha sido dada por Dios, Él tiene la última palabra en cuanto a si vivo o muero. Ya que he escogido a Dios, debo ofrecerme a Él y rendirme a Sus orquestaciones; da igual a qué sufrimiento y humillación pueda ser sometido, debo dedicarme a Dios con mis acciones. No debo tener opciones o exigencias propias; este es mi deber y el razonamiento que debo poseer. El hecho de que aún pudiera respirar y estuviera vivo se debía a la protección y cuidado de Dios; esta fue Su provisión de vida. De otra manera, ¿no habría sido destrozado hasta la muerte por el diablo hace mucho tiempo? Cuando padecí por primera vez un sufrimiento y unas dificultades tan profundas, Dios me guio para superarlo. ¿Qué razón tenía ahora para perder la fe en Dios? ¿Cómo podía ser negativo y débil, empequeñecerme y estar deseando huir?” Cuando me sobrevino aquel pensamiento, confesé en silencio mi culpa a Dios: “¡Dios Todopoderoso! Soy tan egoísta y codicioso; solo he querido disfrutar de Tu amor y bendiciones, pero no he querido dedicarme sinceramente a Ti. Cuando pienso en tener que soportar el sufrimiento de una larga estancia en prisión, solo quiero liberarme y evitarlo. He herido terriblemente tus sentimientos. ¡Oh, Dios! No deseo seguir hundiéndome más; solo quiero someterme a Tus orquestaciones y arreglos y aceptar Tu guía. Incluso si muero en prisión, quiero dar testimonio de ti. ¡Aunque me torturen hasta la muerte, permaneceré leal a Ti hasta el final!” Después de orar, me sentí doblemente conmovido. Aunque seguía sufriendo como antes, en mi corazón tenía la fe y la determinación para no rendirme mientras no cumpliera mi promesa de satisfacer a Dios. En cuanto tomé la determinación y confié en que sería testigo de Dios hasta la muerte, sucedió algo milagroso. Una mañana, temprano, me levanté de la cama y reparé en que no sentía los pies. Era completamente incapaz de ponerme de pie y, mucho menos, de caminar. Al principio, el policía malvado no me creyó; asumieron que estaba fingiendo y trataron de obligarme a levantarme. Sin embargo, por mucho que lo intentaba, no podía ponerme de pie. Volvieron al día siguiente para examinarme de nuevo. Al notar que mis dos pies estaban congelados y completamente desprovistos de circulación sanguínea, se convencieron de que en verdad estaba paralizado. Después de eso, informaron a mi familia que podían llevarme a casa. El día de mi vuelta a casa, me regresó milagrosamente la sensación a los pies ¡y ya no tenía ningún problema para caminar! En el fondo sé que todo esto fue gracias a que Dios Todopoderoso mostró compasión por mi debilidad. Él mismo me había proporcionado una salida; me permitió escapar de la guarida de Satanás sin ningún problema, después de haber permanecido detenido ilegalmente durante un mes por el Gobierno chino.

 

Tras haber sido detenido y sometido en dos ocasiones a las inhumanas y crueles torturas del Gobierno chino, a pesar de que sufrí físicamente e incluso estuve a punto de morir, ambas experiencias extraordinarias formaron una base sólida en mi camino hacia la fe en Dios. En mitad de mis sufrimientos y tribulaciones, Dios Todopoderoso me había proporcionado el riego más práctico de la verdad y la provisión de vida, permitiéndome no solo ver el rostro real del Gobierno chino, su odio a la verdad, su enemistad con Dios y su rostro demoníaco. Además, conocí sus atroces crímenes de oponerse frenéticamente a Dios y perseguir a Sus creyentes, pero Dios también me concedió la capacidad de apreciar el poder y la autoridad de Sus palabras. El hecho de haber podido escapar con vida de las malvadas garras del Partido Comunista de China, dos veces, se debió totalmente al cuidado y la misericordia de Dios. Además, había sido la materialización y la confirmación de la extraordinaria fuerza vital de Dios. Ahora me daba cuenta en lo más hondo de que, en cualquier momento y lugar, ¡Dios Todopoderoso fue siempre mi único apoyo y salvación! En esta vida, fueran cuales fueran los peligros o dificultades que me pudiera encontrar, ¡estaba decidido a mantener mi compromiso de seguir a Dios Todopoderoso, de difundir activamente Su palabra y de dar testimonio del nombre de Dios y retribuir Su amor con mi auténtica devoción!

 

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