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El amor de Dios me guió a través de la prueba de la enfermedad

 

Por Yiming, Provincia Hubei

 

Me alegro de estar reconciliada con el Señor

 

Tengo 78 años este año y siempre he sufrido dolores de cabeza y diabetes. Después de que comencé a creer en el Señor en 2005 las enfermedades que me habían atacado durante años se aliviaron; percibí el amor de Dios y agradecí al Señor desde el fondo de mi corazón. Dos años después un pariente me predicó la obra de Dios de los últimos días y dijo que el Señor Jesús había regresado como el Dios Todopoderoso encarnado. Dijo que Dios Todopoderoso ahora estaba llevando a cabo una etapa de la obra más nueva y elevada sobre el fundamento de la obra de redención del Señor Jesús y que Dios Todopoderoso estaba usando la verdad para juzgar y castigar al hombre, para limpiar nuestra corrupción y que Dios guiaría a aquellos que finalmente lograron la salvación en Su reino. Estaba emocionada de escuchar esta noticia y pensé: “Nunca imaginé que realmente sería capaz de recibir con entusiasmo al Señor en mi vida. Si en el futuro podía ser guiada por Dios a Su reino, ¡eso sería ciertamente maravilloso! Pensando en esto mi corazón se llenó de una alegría que no podía expresar y agradecí el amor y la salvación de Dios. Después de un periodo de buscar e investigar me aseguré al leer las palabras de Dios de que Dios Todopoderoso era en efecto el Señor Jesús que había regresado y poco después estaba viviendo la vida de iglesia y haciendo todo lo posible por llevar a cabo mi deber dentro de la iglesia.

 

La enfermedad golpea y mis motivos deplorables se exponen

 

En el duodécimo mes del calendario lunar sólo estaba haciendo mis quehaceres domésticos cuando de repente sentí una presión en mi corazón y me resultó difícil recobrar el aliento y tuve la sensación de que no podía respirar y estuve a punto de sofocarme. Mi esposo vio que estaba en apuros y llamó de prisa a nuestra hija y a su esposo y me llevaron al hospital municipal.

 

Después de un chequeo completo, el doctor responsable dijo con una expresión imponente: “Tienes una enfermedad muy grave. Es un problema con tu corazón que podría provocar que murieras en cualquier momento. Tienes que ser ser ingresada al hospital para recibir tratamiento de inmediato”. Las palabras del doctor fueron como un golpe inesperado y de inmediato comencé a sentir pánico. Pensé: “¿Cómo es que de repente he contraído una grave enfermedad? ¿Y podría morir en cualquier momento? Desde que empecé a creer en Dios siempre he hecho fielmente mi deber. ¿Cómo podía Dios no protegerme? Si muero, no podré ver el espectacular evento de la manifestación del hermoso reino y no podré vivir con mis hijas y mi esposo otra vez. ¿No seré capaz de compartir la felicidad eterna del reino celestial?”. Cuanto más pensaba, más afligida estaba y un sentimiento de desolación se deslizó en mi corazón. Con dolor, todo lo que podía hacer era seguir orando a Dios en mi corazón: “¡Oh Dios! Me ha ocurrido una enfermedad tan grave y me siento indefensa y débil. No sé qué hacer y no entiendo Tu voluntad. Pero creo que todo esto está pasando con Tu permiso y Te pido que me dirijas y me guíes”. Después de que hube orado estas palabras de Dios vinieron a mi mente: “Actualmente, todos sabéis que la creencia del hombre en Dios no es solo para la salvación del alma y el bienestar de la carne ni para enriquecer su vida a través del amor de Dios, etc. Hoy por hoy, si amas a Dios por el bienestar de la carne o el placer momentáneo, aunque al final tu amor por Él alcance su plenitud y no pidas nada más, este amor que buscas sigue estando adulterado y no le resulta agradable a Dios. […] Esta clase de amor solo puede mantener su situación actual; no puede alcanzar la inmutabilidad, ni arraigarse en el hombre. Este tipo de amor es solo como una flor que florece y se seca sin dar frutos. En otras palabras, después de que hayas amado a Dios una vez de esa forma, si no hay nadie que te guíe en la senda que tienes por delante, caerás. […] Los ganados por Él son los que se rebelan contra Satanás y escapan de su campo de acción. Ellos serán contados oficialmente entre el pueblo del reino. Así es como llegan a ser las personas del reino. ¿Estás dispuesto a convertirte en esta clase de persona? ¿Estás dispuesto a ser ganado por Dios?” (‘Qué punto de vista deberían tener los creyentes’ en “La Palabra manifestada en carne”).

 

Las revelaciones de las palabras de Dios me avergonzaron porque sólo entonces me di cuenta de que realmente eran mis opiniones sobre mi creencia en Dios las que estaban equivocadas. Recordando, sólo empecé a creer en el Señor Jesús para que mi enfermedad se pudiera curar y luego oí que uno podía entrar en el reino celestial y disfrutar de la felicidad eterna si uno aceptaba la obra de Dios Todopoderoso de los últimos días y así, con el fin de para alcanzar esta bendición, acepté el evangelio de los últimos días e hice activamente mi deber, creyendo que cuanto más trabajara para Dios, más grandes serían mis bendiciones en el futuro. Pero ahora me había sobrevenido una enfermedad que ponía en peligro mi vida y mis esperanzas de ser bendecida estaban a punto de frustrarse. Así que empecé a culpar y malinterpretar a Dios y a razonar con Dios, creyendo que había abandonado todo y que me había gastado por Dios y que había sufrido y pagado un precio por Dios y que Dios debía, por lo tanto, bendecirme y no permitir que contrajera una enfermedad tan seria. Sólo entonces vi que mi creencia en Dios y el cumplimiento de mis deberes no habían sido sinceros, mucho menos estaba haciendo el deber de un ser creado para corresponder al amor de Dios. Más bien había seguido mis propios motivos personales y mi objetivo era obtener las bendiciones de Dios y disfrutar de la gracia y las bendiciones de Dios. Mi gastarme también se había hecho para negociar con Dios y obtener a cambio la dicha del reino celestial. Con una creencia en Dios tan contaminada, sin importar cuán fiel apareciera en el exterior, no podía luchar contra los hechos; cuando llegó una ligera tormenta, caí fácilmente, como una bonita flor que es tierna y hermosa por un corto tiempo pero que no da fruto. Pensé en cómo todo lo que tenía había venido de Dios y cómo debía hacer bien mi deber para corresponder al amor de Dios y que esto era una ley celestial. Y, sin embargo, había usado mi deber para hacer tratos con Dios, llena de mis propios deseos extravagantes: ¿no me estaba rebelando contra Dios y tratando de engañarlo haciendo mi deber de esta manera? ¡No tenía una pizca de conciencia ni razón! Entonces entendí la voluntad de Dios. Dios estaba usando esta enfermedad para probarme y permitirme ver claramente los motivos equivocados detrás de mi creencia en Dios. Él estaba usando este refinamiento para purificarme y cambiarme, para hacerme soltar las demandas irrazonables que le estaba haciendo a Dios, para hacerme recuperar mi conciencia y mi razón y adorar al Creador manteniéndome firme en el lugar de un ser creado. Pensando en esto, de pronto todo encajó en su sitio y agradecí a Dios por Su salvación. Si no fuera por la salvación de Dios seguiría buscando por la senda equivocada sin nada como mi recompensa al final de eso y entonces sólo podría ser abandonada y separada por Dios. A través de esta enfermedad también llegué a ver que, si uno no conoce la obra de Dios y no sabe cómo Dios purifica y salva al hombre, entonces es incapaz de reverenciar y obedecer a Dios y cuando suceden cosas que no son del agrado de uno se desanimará e incluso malinterpretará y culpará a Dios; mi estatura realmente era tan dolorosamente pequeña. Pensando en estas cosas mi corazón se llenó de remordimiento y de un sentimiento de agradecimiento con Dios.

 

Después de que me admitieron en el hospital, mantuve a Dios en mis pensamientos en cada momento y sentí que mi corazón y Dios se habían acercado aún más. Pensé en las palabras de Dios que dicen: “¡Dios Todopoderoso es un médico omnipotente! Vivir en la enfermedad es estar enfermo, pero vivir en el espíritu es estar sano. Mientras tengas aliento, Dios no te dejará morir” (‘Capítulo 6’ de Declaraciones de Cristo en el principio en “La Palabra manifestada en carne”). Desde adentro de las palabras de Dios vi la autoridad y el amor de Dios y entonces dije en mi corazón una oración a Dios: “¡Oh Dios! Aunque me siento un poco desanimada ahora que esta enfermedad me ha sobrevenido aun así creo que Tú eres el Gobernante de todas las cosas y que mi enfermedad también está en Tus manos. Deseo encomendarme a Ti y creo que Tú eres mi pilar. Pido que me des fe y me permitas someterme a Tus orquestaciones y arreglos”.

 

La cercanía de la muerte y las palabras de Dios fortalecen mi fe

 

Más de diez días después mi enfermedad no seguía mejor. Un día de repente entré en shock y tuve que ser resucitada. Mi yerno, al ver que mi condición empeoraba, me trasladó al hospital provincial. El especialista del hospital provincial revisó mis documentos de transferencia médica y arregló que estuviera en la unidad de cuidados intensivos y me dio oxígeno. Oí a otro paciente decir que todos los pacientes ingresados en la unidad de cuidados intensivos iban a morir pronto. Me sentí aterrorizada cuando los oí decir esto y pensé: “¿Ha arreglado el doctor que esté aquí porque voy a morir pronto?”. Mientras pensaba en esto sentí que la muerte se acercaba y en mi corazón sentí pánico e inquietud inexplicables. Esa tarde llevaron a un hombre en silla de ruedas a la sala y una hora más tarde estaba muerto. En ese instante, mientras observaba que lo empujaban, me sentí envuelta por la muerte y sentí que la próxima muerte sería la mía. Cuanto más pensaba en eso más miedo tenía: “¿Podría ser que realmente voy a morir? Pero no quiero morir, quiero...”. Estaba completamente indefensa y aterrorizada y todo lo que podía hacer era invocar en silencio a Dios en mi corazón, pidiéndole que protegiera mi corazón. Justo entonces estas palabras de Dios vinieron a mi mente: “Cuando Job perdió su ganado que llenaba las montañas y enormes cantidades de riqueza y su cuerpo se cubrió de dolorosas llagas, fue debido a su fe. Cuando él pudo escuchar Mi voz, la voz de Jehová, y ver Mi gloria, la gloria de Jehová, fue gracias a su fe. Que Pedro haya podido seguir a Jesucristo, fue debido a su fe. Que pudiera ser clavado en la cruz por Mí y dar testimonio glorioso de Mí, también fue debido a su fe. Cuando Juan vio la imagen gloriosa del Hijo del hombre, fue debido a su fe. Cuando vio la visión de los últimos días, fue, aún más, a causa de su fe. La razón por la que las así llamadas ‘multitudes de las naciones gentiles’ han obtenido Mi revelación y han llegado a tener conocimiento de que Yo he regresado en la carne para llevar a cabo Mi obra entre los hombres, también es a causa de su fe. ¿Acaso todos los que son golpeados por Mis severas palabras —y que, sin embargo, encuentran en ellas consuelo y son salvados— no lo han hecho por causa de su fe? Las personas han recibido muchas cosas debido a su fe, y no siempre es una bendición. […] Por ejemplo, en el caso de Job, este fue bendecido por Jehová a causa de su fe, pero también sufrió desgracias. Ya sea que recibas una bendición o sufras una desgracia, ambos son acontecimientos benditos” (‘La verdadera historia de la obra de conquista (1)’ en “La Palabra manifestada en carne”).

 

Las palabras de Dios despertaron mis esperanzas y me dieron fe. Pensé en todos los santos a lo largo de las eras, como Job y Pedro. Cuando estaban padeciendo todo tipo de pruebas, aunque en ese momento estaban afligidos y con un dolor extremo hasta la médula y no podían entender la voluntad de Dios, aun así tenían verdadera fe en Dios. Sin importar lo que Dios hiciera, no se quejaron sino que más bien obedecieron al Creador manteniéndose firmes en su lugar como seres creados y al final obtuvieron las bendiciones de Dios y testificaron del gran poder y la soberanía de Dios. Por ejemplo, cuando los ataques y las tentaciones de Satanás cayeron sobre Job, todos sus bienes le fueron quitados, sus hijos se encontraron con el desastre y todo su cuerpo se cubrió de llagas y sufrió un grado dolor tan grande. Y, sin embargo, tenía un lugar para Dios en su corazón y hubiera preferido maldecir el día en que nació antes que hablar pecaminosamente y, al final, habló estas palabras: “¿Aceptaremos el bien de Dios y no aceptaremos el mal?” (Job 2:10). A lo que él se aferró fue a la verdadera fe en Dios y a la reverencia por Él. Estuvo dispuesto a obedecer ya fuera que Dios diera o que Dios quitara y al final Dios se le apareció y el amor de Job y la fe por Dios se aumentaron. Aunque no hubo comparación entre los santos de todas las eras y yo misma, también fue por permiso de Dios que esta enfermedad me hubiera sobrevenido ahora y aún más fue por el amor de Dios. Dios me quería dar fe y compasión verdaderas para permitirme experimentar Su autoridad y para hacer que el verdadero conocimiento de Dios surgiera en mí. Mi vida y mi muerte estaban en manos de Dios y Él tendría la última palabra. Todas mis preocupaciones eran innecesarias y eran el resultado de no creer en la soberanía de Dios y de siempre querer gobernar y orquestar las cosas confiando en mi propia fuerza. Pensando en esto mi corazón se calmó mucho.

 

Encomiendo mi vida y mi muerte a Dios y doy testimonio de las obras de Dios

 

Unos cuantos días después, mi familia le pidió al especialista del hospital y a un profesor que me hicieran un examen exhaustivo. Después de consultar juntos, el especialista y el profesor dijeron que mi enfermedad era una oclusión coronaria causada por mi diabetes, que ahora estaban bloqueadas tres arterias y que tenía que someterme a una cirugía de inmediato, de lo contrario, dijeron que podría morir en cualquier momento. Pero dijeron que incluso si tuviera la operación, no podían garantizar que me curaría.

 

Mi familia entonces me tuvo que transferir a un hospital especializado en el corazón. Después de examinarme el doctor dijo que tenía que tener la operación de inmediato pero que los riesgos eran grandes. El doctor dijo que cuando se operan problemas cardíacos causados por la diabetes, las incisiones no cicatrizan bien y si la abertura no cicatrizaba, el resultado sería aún peor que no tener la operación en absoluto. Debido a que esta operación se tenía que hacer injertando vasos sanguíneos de mis muslos para evitar las arterias coronarias bloqueadas alrededor de mi corazón, si la operación fallaba, entonces podría quedar paralizada por el resto de mi vida. Además, las cosas podrían salir mal en cualquier momento durante la operación y existía la posibilidad de que pudiera morir en la mesa de operaciones. El doctor dijo que era difícil predecir si alguna vez me despertaría otra vez después de la operación y le pidió a mi familia que considerara detenidamente si realmente querían o no que me operaran. Después de oír al doctor, mi hija y mi yerno estaban indecisos, temerosos de que se pudiera gastar mucho dinero y que tal vez no estuviera mejor después y entonces no sólo no les quedaría dinero sino que tampoco estaría curada. Mi esposo también era un creyente en Dios y sabía que nuestra vida y nuestra muerte estaban en manos de Dios y que no eran los seres humanos quienes tienen la última palabra. Por lo que le dijo al doctor sin ninguna duda: “Vosotros sólo concentraos en hacer la operación y si mi esposa sobrevive o no tiene nada que ver con este hospital. Puedo soportar cualquier cosa que suceda”. Mi esposo luego firmó los formularios de consentimiento y el doctor comenzó a prepararse para la operación.

 

Después de que todo estuvo listo, me llevaron en silla de ruedas a la sala de operaciones. Mientras yacía en la mesa de operaciones pensé en lo que había dicho el doctor y el dolor y la angustia una vez más llenaron mi corazón. Pensé: “Si realmente me paralizo, ¿no será eso como una muerte en vida? Con mi marido tan viejo ahora, ¿no seré una carga para él? Aunque tengo varias hijas, ahora todas tienen sus propias vidas y familias, así que ¿quién me podría cuidar todo el año? ¡Si eso realmente sucede entonces sólo tendré que pensar en una forma de acabarlo todo!”. Pero luego pensé que posiblemente podría morir sola en la mesa de operaciones y mi corazón se turbó aún más. Justo entonces me di cuenta de que mi estado mental estaba mal y apresuradamente recurrí a Dios para que protegiera mi corazón y me permitiera someterme a Sus orquestaciones y arreglos. En ese momento un pasaje de las palabras de Dios vino a mi mente: “¿Quién en toda la humanidad no recibe cuidados a los ojos del Todopoderoso? ¿Quién no vive en medio de la predestinación del Todopoderoso? ¿Acaso la vida y la muerte del hombre ocurren por su propia elección? ¿Controla el hombre su propio destino? Muchas personas piden la muerte a gritos, pero esta está lejos de ellas; muchas personas quieren ser fuertes en la vida y temen a la muerte, pero sin saberlo, el día de su fin se acerca, sumergiéndolas en el abismo de la muerte; muchas personas miran al cielo y suspiran profundamente; muchas personas lloran a mares, con lamentos y sollozos; muchas personas caen en medio de las pruebas y otras muchas se convierten en prisioneras de la tentación” (‘Capítulo 11’ de Las palabras de Dios al universo entero en “La Palabra manifestada en carne”). ¡Sí! El Dios en quien creo controla todas las cosas y el destino de cada ser humano está en Sus manos. El momento en que cada persona nace y el momento en que muere están predestinados por Dios, así que ¿no estaba mi destino también orquestado por Dios? Pensé en cómo, aunque estaba resuelta a dar testimonio de Dios, cuando me enfrenté a una prueba real, me comencé a preocupar por mi propia vida, muerte y futuro; tenía miedo de morir y me preocupaba quedarme paralizada y convertirme en una carga para los demás y estuve pensando en terminar con mi propia vida. Al hacer esto, ¿no estaba deseando orquestar mi propio destino? ¿Cómo se estaba sometiendo esto a la soberanía y a los arreglos de Dios? ¿No demostró esto que no tenía fe en Dios? Dios me dio mi vida y que yo viviera o muriera estaba en manos de Dios. Sabía que no debía ser tímida, no tener miedo, ni vivir en medio de los engaños de Satanás, sino que más bien debía tener fe en Dios, mirar a Dios y encomendarle a Él mi vida, mi muerte y mi futuro. Pensando en esto oré a Dios en mi corazón: “¡Oh Dios! Pronto tendré una operación. Aunque todavía estoy preocupada aun así creo que el éxito o el fracaso de esta operación está en Tus manos. Si vivo o muero, deseo someterme a Tus orquestaciones y arreglos”. Después de orar, me sentí mucho más calmada. El doctor me anestesió y poco después no supe nada más.

 

Después de la operación me pasaron a la unidad de cuidados intensivos para observación. Cuando me desperté ya habían pasado dos días y mi familia me dijo alegremente que la operación había sido muy exitosa y que todo lo que tenía que hacer ahora era recuperarme. Cuando oí esto me sentí muy conmovida y seguí agradeciendo a Dios por Su amor. ¡Sabía que haber sobrevivido a la operación y que la operación hubiera sido tan exitosa dependía todo de la maravillosa protección de Dios! Desde el fondo de mi corazón me convencí de que nuestra vida y muerte están controladas y orquestadas por Dios y que esto es una manifestación de la autoridad de Dios.

 

Mientras me recuperaba escuché los fuertes gritos de dolor que procedían de algunos de los pacientes en la misma sala y algunos de ellos gemían constantemente pero no sentí dolor en absoluto. Sabía claramente en mi corazón que la falta de dolor de mis incisiones era por completo la maravillosa obra de Dios. Percibí el amor de Dios y de mi corazón fluyeron gracias y alabanzas a Dios. En la tarde el doctor a cargo de mi caso vino y me preguntó: “Señora, ¿para nada te duelen tus incisiones? ¿Sientes alguna molestia?”. Y respondí: “Gracias por vuestra preocupación pero no siento molestia”. Tres días después el doctor vio que me estaba recuperando muy bien e hizo que me transfirieran a una sala normal. Vi que los pacientes sin diabetes necesitaban cuatro o cinco días para recuperarse después de una operación antes de que fueran trasladados fuera de la unidad de cuidados intensivos y, sin embargo, a pesar de mis años avanzados y de tener diabetes, lo que significaba que mis incisiones eran mucho más difíciles de cicatrizar, pude comer alimentos sólidos sólo tres días después de mi operación. También me estaba recuperando más rápido que otras personas y esto era ciertamente el gran poder de Dios y Su gran amor por mí.

 

Durante los días que siguieron, mi esposo a menudo me leía las palabras de Dios y yo las reflexionaba, contemplando la obra de salvación que Dios estaba llevando a cabo en mí y en verdad sentí cuán real era el amor de Dios. A pesar de haber sido atormentada por la enfermedad, por lo que había estado rondando entre la vida y la muerte, Dios siempre estuvo conmigo y nunca se fue de mi lado; cada vez que me volvía negativa y débil y perdía mi fe, las palabras de Dios me condujeron y me guiaron, me dieron fe y fuerza. Con Dios como mi firme respaldo ya no sería cobarde ni tendría miedo; cuando sinceramente confié en Dios y estuve dispuesta a encomendarme totalmente a Dios y a someterme a Sus orquestaciones y arreglos, Dios no sólo me permitió sobrevivir, sino que también alivió mi dolor corporal. Esto me permitió ver las maravillosas obras de Dios y sentir Su amor. Sólo a través de esta experiencia llegué a darme cuenta de que aunque esta encarnación de Dios no muestra señales y prodigios en Su obra, el poder de las palabras de Dios excede por mucho el poder de mostrar señales y prodigios; las palabras de Dios son ciertamente la verdad, se pueden convertir en la vida de las personas y son tanto los principios como la dirección de nuestras acciones.

 

Después de un tiempo mis incisiones cicatrizaron muy bien y, mientras que los pacientes que habían tenido la misma operación que yo todavía no podían moverse, pude caminar afuera apoyada por mi esposo. Los doctores y mis compañeros pacientes todos se asombraron al ver esto. Sabía muy claramente en mi corazón que el que mi cuerpo se pudiera recuperar tan rápidamente era la obra de Dios, Su bendición y Su amor, ¡porque sólo Dios podía hacer que sucediera tal milagro!

 

Dos semanas después, cuando me estaban dando de alta del hospital, el doctor me dijo: “Hay otras siete personas en este hospital con la misma enfermedad que tú y sólo la tuya fue causada por la diabetes. Tu condición era más grave que la de ellas y, sin embargo, tú eres la primera en recuperarte. ¡Esto realmente aturde a la mente! Sin embargo, todavía hay un bulto en tu pericardio que sigue siendo un peligro. Debes regresar al hospital dentro de un mes para un chequeo. Si este bulto sigue creciendo, entonces tendrás que tener otra operación”. Al escuchar al doctor decir esto, ya no me sentí asustada ni preocupada y pensé: “He sufrido una enfermedad tan grave y Dios no me hizo morir. He visto la autoridad de Dios y ahora tengo una fe aún mayor para confiar en Dios. Encomendaré mi enfermedad en las manos de Dios y lo dejaré que tome el control”. Después el doctor me recetó algunas medicinas y regresé a casa. Después de que llegué a casa pasé todos los días leyendo las palabras de Dios y cantando las alabanzas de Dios con los hermanos y hermanas, disfrutando el amor de Dios. Me sentí tan liberada y libre y me olvidé por completo de mi enfermedad.

 

Cuando regresé al hospital para mi chequeo un mes después, todos los indicadores físicos se mostraron normales y el bulto en mi pericardio había desaparecido. Una vez más esto me permitió ver las maravillosas obras de Dios y Su amor por mí.

 

Después de someterme a este bautismo, enfrenté el futuro más fuerte que antes

 

Mientras iba en el auto camino a casa, observé los altos álamos blancos pasar a cada lado y pensé: “Todos están bajo la soberanía de Dios. Aceptan el bautismo del viento, la escarcha, la nieve y la lluvia durante todo el año y la vida dentro de ellos se vuelve aún más fuerte e indomable. Esta grave enfermedad que he tenido ha sido como pasar por un bautismo de vida; no sólo ha purificado mi amor por Dios sino que ha aumentado mi fe en Él”. Luego pensé en las palabras de Dios que dicen: “La fuerza de vida de Dios puede prevalecer sobre cualquier poder; además, excede cualquier poder. Su vida es eterna, Su poder extraordinario, y Su fuerza de vida no puede ser aplastada por ningún ser creado ni fuerza enemiga. La fuerza de vida de Dios existe e irradia su reluciente resplandor, independientemente del tiempo o el lugar. El cielo y la tierra pueden sufrir grandes cambios, pero la vida de Dios es la misma para siempre. Todas las cosas pueden pasar, pero la vida de Dios todavía permanecerá porque Él es la fuente de la existencia de todas las cosas y la raíz de su existencia. La vida del hombre proviene de Dios, la existencia del cielo se debe a Dios, y la existencia de la tierra procede del poder de la vida de Dios. Ningún objeto que tenga vitalidad puede trascender la soberanía de Dios, y ninguna cosa que tenga vigor puede eludir el ámbito de Su autoridad” (‘Solo el Cristo de los últimos días le puede dar al hombre el camino de la vida eterna’ en “La Palabra manifestada en carne”). No pude evitar suspirar con emoción: ¡la autoridad y el poder de las palabras de Dios realmente son tan grandes! En el principio Dios creó los cielos y la tierra y todo lo que hay en ellos con palabras y, debido a las palabras de Dios, todas las cosas viven y se multiplican dentro de las reglas predestinadas por Dios, una generación tras otra. En los últimos días Dios expresa toda la verdad que purifica y salva al hombre y, más aún, la verdad de Dios es la raíz de nuestra supervivencia y la dirección en la que debemos seguir. Cuando mi vida y mi muerte pendían de un hilo, las palabras de Dios me dieron fe y valor. Me permitieron aprender a confiar en Dios y a mirar a Dios durante mi enfermedad, me guiaron a abrirme camino a través de mi miedo a la muerte y a superar las restricciones de la muerte. Realmente obtuve tanto durante esta experiencia.

 

Sólo deseo creer en Dios y hacer mi deber en serio por el resto de mi vida y corresponder al amor y a la salvación de Dios. ¡Gracias Dios!

 

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