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La lección de la obediencia

 

Por Yang Mingzhen, Canadá

Me llamo Yang Mingzhen y sigo a Dios Todopoderoso desde hace siete años. Estos últimos años, no importa qué deber dispusiera la Iglesia que desempeñara yo ni con qué dificultades o reveses me encontrase en el desempeño de mi deber, aunque requiriera sufrimiento o tuviera que pagar un precio, he sido capaz de cooperar con entusiasmo, sin negatividad y sin retroceder. Creía que, como yo era capaz de hacer todo eso, mi carácter de vida ya había cambiado y que poseía un poco de obediencia práctica a Dios. Pero Dios conoce mi deficiencia y lo que necesito para crecer en mi vida, así que cuidadosamente dispuso entornos reales para que yo experimentara. Sólo a través de la revelación de Dios vi claramente mi verdadera estatura.

En marzo de 2016, escapé a otro país para evitar ser detenida y perseguida por el PCCh y poder creer y adorar a Dios libremente. Cuando llegué, me hospedé con unas hermanas más jóvenes. Salían todos los días a difundir el evangelio y a regar y apoyar a nuevos creyentes. Cuando llegaban a casa por la tarde, compartían felizmente sus experiencias y lo que habían alcanzado al llevar a cabo su deber. Cuando veía aquello, sentía verdadera admiración por ellas. Pensaba que si pudiera ser como ellas, si también yo pudiera hacer la obra de regar y apoyar a nuestros nuevos hermanos y hermanas, ¡sería tan maravilloso! Un día, la hermana Zhang vino a hablar con nosotras de la obra de la Iglesia. Me preguntó: “¿Estás dispuesta ayudarnos a apoyar a nuestros nuevos hermanos y hermanas?”. Dije que sí encantada y pensé: “Cuando mis amigos y familiares y los hermanos y hermanas que me conocen averigüen que soy capaz de llevar a cabo un deber como este en el extranjero, seguro que me admirarán y me respetarán. ¡Será impresionante!”. Durante los días siguientes, estaba impaciente por empezar mi deber de regar a los nuevos creyentes.

Justo cuando mi corazón estaba lleno de expectativas, la líder de la iglesia acudió a mí y me preguntó si podía ser anfitriona. Al instante, me dio un vuelco el corazón. “Pensaba que la Iglesia iba a disponer que yo regara y apoyara a los hermanos y hermanas. Entonces, ¿por qué ahora se dispone que haga de anfitriona? ¿Voy a pasarme todo el día relacionándome con las ollas y sartenes? ¡No sólo es un trabajo duro, también es una indignidad! Cuando estaba en el mundo laboral, yo era empresaria y dirigía una fábrica. Todos mis amigos y familiares han dicho siempre que soy una mujer realmente fuerte. En casa, siempre contrataba a alguien para que me ayudara a lavar la ropa, cocinar y limpiar. Pero ahora parece que soy yo quien va a cocinar para vosotras. ¡No quiero desempeñar deberes como este!” Todo eso se me pasó por la cabeza, pero para guardar las apariencias, me sentí demasiado avergonzada como para negarme directamente. Puse una excusa diplomática, diciendo que acababa de llegar al país, que no estaba familiarizada con lo que me rodeaba y que no hablaba el idioma local. Ni siquiera sabía comprar verdura, así que no sería capaz de desempeñar el deber de una anfitriona adecuadamente. La hermana Zhang me dijo que no me preocupara, que todas me ayudarían cuando lo necesitara. Cuando dijo aquello, ya no pude poner más excusas, pero, en el fondo, no estaba dispuesta a hacerlo. Si accedía, probablemente no tendría otra oportunidad de llevar a cabo el deber de regar. ¿No se quedarían en nada todas mis esperanzas? Pero si no accedía, ¿no diría la hermana que era desobediente por querer escoger y elegir mis deberes? Después de pensármelo, me obligué a aceptar aquella tarea.

Durante los días siguientes, aunque desempeñé mi deber de ser la anfitriona, el corazón me daba vuelcos constantemente y empecé a tener sospechas. Pensé: “¿Es posible que la hermana no me vea como alguien capaz de llevar a cabo el deber de regar? De lo contrario, ¿por qué dispondría que yo fuera anfitriona? Si los hermanos y hermanas que me conocen se enteraran de esto, ¿no pensarían que se me ha dispuesto para cumplir el deber de anfitriona debido a mi falta de realidad de la verdad? ¿No me despreciarían?”. Ese pensamiento me hizo sentir peor. Justo entonces, me vino a la cabeza una resolución que había tomado frente a Dios: “No importa con qué me encuentre, siempre que sea beneficioso para la obra de la iglesia, haré todo lo posible para cooperar. Por mucho que se aleje de mis propias nociones, debo ser obediente y satisfacer a Dios”. Sin embargo, cuando se me pidió que fuera anfitriona, ¿por qué me faltaba obediencia? Oré a Dios en silencio: “¡Oh, Dios! Sé que Tu soberanía y Tus disposiciones me encontrarán en este deber, pero siempre hay rebeldía en mi corazón y no puedo serte verdaderamente obediente. Sé que mi estado no es correcto. Te pido que me esclarezcas y me guíes para que logre entender Tu voluntad y sea capaz de obedecer lo que Tú has dispuesto y planeado”. Después de orar, pensé en las palabras de Dios: “Todos los que no buscan la obediencia a Dios en su fe están en contra de Dios. Dios pide que las personas busquen la verdad, que tengan sed de las palabras de Dios, que coman y beban las palabras de Dios y que las pongan en práctica para que puedan lograr la obediencia a Dios. Si tus motivos son realmente así, entonces con toda seguridad Dios te levantará y con toda seguridad será misericordioso contigo. Nadie puede dudar esto, y nadie lo puede cambiar. Si tus motivos no son en aras de obedecer a Dios, y si tienes otras metas, entonces todo lo que digas y hagas, tus oraciones ante Dios e incluso cada una de tus acciones, estará en contra de Dios. Puedes ser de voz suave y de trato afable, cada una de tus acciones y expresiones pueden parecer correctas, puedes parecer alguien que obedece, pero cuando se trata de tus motivos y tus puntos de vista acerca de la fe en Dios, todo lo que haces está en contra de Dios y es malo” (‘Deberías obedecer a Dios al creer en Dios’ en “La Palabra manifestada en carne”).

Cuando llegué a casa, leí en una comunicación: “Al llevar a cabo su deber, hay personas que sólo se centran en la vanidad, en su prestigio. ‘Desempeñaré cualquier deber que me permita mostrarme. Si un deber requiere que agache la cabeza y trabaje duro, si nadie va a verlo ni voy a ser capaz de mostrarme, si va a estar oculto y yo no voy a ser más que una heroína anónima, no lo haré. Trabajaré en lo que me haga quedar bien, en lo que atraiga a mi vanidad’. Sólo quieren quedar bien delante de los demás y, en cuanto pueden, están encantados. Sufrirán lo que haga falta, se esforzarán lo que haga falta. Siempre están buscando satisfacer su propia vanidad. Esa clase de personas no aman la verdad. Debes ser considerado con la voluntad de Dios y obedecer Sus arreglos. Los arreglos en la casa de Dios los permite Dios, así que debes ser deliberadamente obediente. Si puedes obedecer los arreglos de la casa de Dios, eso quiere decir que puedes obedecer a Dios. Si no puedes, tu obediencia a Él no es más que palabras vacías, porque Dios nunca te ordenará que hagas algo cara a cara. Hoy, la casa de Dios ha dispuesto que tú desempeñes este o aquel deber basándose en nuestros requisitos actuales para obrar. Tú dices: ‘Tengo opciones. Desempeñaré lo que yo quiera. Si no me gusta, no lo haré’. ¿Llevar a cabo tu deber así es ser obediente a Dios? ¿Esa clase de persona es alguien que ama la verdad? ¿Puede lograr un entendimiento de Dios? No es alguien que reverencie a Dios. Escogiendo su deber, siendo negativa y holgazaneando; una persona así no tiene ni un ápice de la realidad de la verdad. No tiene auténtica obediencia, sino que se apoya completamente en sus propias preferencias en su deber. A Dios no le gusta esa clase de persona” (‘Comunicación y predicación sobre la Palabra de Dios “Conocer a Dios es el camino hacia el temer a Dios y apartarse del mal” (I)’ en “Sermones y enseñanzas sobre la entrada a la vida X”).

Las palabras de Dios y la comunicación me atravesaron el corazón y me sentí avergonzada. Me di aún más cuenta de la razón por la que no era obediente en el deber de ser anfitriona. Al recordar la época en que era responsable de un pequeño grupo en la iglesia, la líder siempre hablaba primero conmigo de la obra de la iglesia y después, yo lo hablaba con los hermanos y hermanas y lo ponía en práctica. Por aquel entonces, sentía que la líder de la Iglesia tenía buena opinión de mí y que mis hermanos y hermanas también me admiraban. Estaba repleta de energía en mi deber y feliz de hacerlo sin importar lo difícil o cansado que fuera. Pero ahora que se suponía que tenía que ser anfitriona, era negativa y me faltaba energía; pensaba que cocinar era una tarea demasiado humilde, ya que sólo me relacionaría con ollas y sartenes todo el día y nadie lo sabría, independientemente de lo duro que trabajase. Esa clase de deber es frustrante, así que me resisto a él y no quiero aceptarlo. No tengo ninguna obediencia práctica a Dios. Sólo entonces vi que, en el pasado, mi incansable trabajo en mi deber no lo hacía por verdadera obediencia, sino que era únicamente en aras de mostrarme y de ganarme la admiración y el respeto de los demás, y que no estaba desempeñando mi deber como una criatura de Dios. En el momento en que mi deber no podía satisfacer mi propia ambición y mi deseo de obtener fama y estatus, pensaba en todas las maneras posibles de poner excusas y no estaba dispuesta a aceptarlo y ser obediente. Para decirlo sin rodeos, sólo aceptaba realizar mi deber mientras beneficiara mi fama y estatus para satisfacer mi propia vanidad. No estaba teniendo en cuenta la voluntad de Dios en absoluto ni manteniendo la obra de la iglesia. ¡En realidad soy muy egoísta y despreciable! Siempre he desempeñado mi deber anteponiendo mis preferencias y elecciones personales, siempre maquinando para fines de la carne. ¿Cómo iba a ser alguien que busca la verdad y es obediente a Dios? Entonces, seguí leyendo las palabras de Dios: “Aquellos que son capaces de poner en práctica la verdad pueden aceptar el escrutinio de Dios en sus acciones. Cuando aceptas el escrutinio de Dios, tu corazón se corrige. Si sólo haces las cosas para que otros las vean y no aceptas el escrutinio de Dios, ¿tienes a Dios en tu corazón? Las personas que son así no tienen un corazón temeroso de Dios. No siempre hagas las cosas para tu propio beneficio, no siempre consideres tus propios intereses y no consideres tu propio estatus, imagen o reputación. Primero debes considerar los intereses de la casa de Dios y hacer de ello tu principal prioridad; debes ser considerado con la voluntad de Dios, reflexionar en si estás pensando o no en la obra de la casa de Dios y en si has llevado a cabo bien o no tu deber. Cuando siempre estás considerando la obra de la casa de Dios en tu corazón y pensando en la entrada a la vida de los hermanos y hermanas, entonces puedes llevar a cabo bien tu deber” (‘Puedes obtener la verdad después de entregar tu verdadero corazón a Dios’ en “Registros de las pláticas de Cristo”). Cuando reflexioné sobre las palabras de Dios, entendí Su voluntad y supe qué hacer para satisfacerlo. Oré a Dios y tomé una resolución: “¡Oh, Dios! Estoy dispuesta a aceptar Tu escrutinio, a apartar mi propia vanidad y prestigio y a no seguir buscando fama ni estatus. ¡Estoy dispuesta a obedecer Tus arreglos y a llevar a cabo mi deber con devoción para satisfacerte!” Después de orar, mi corazón estaba mucho más tranquilo y acepté este deber de todo corazón.

En los días siguientes, como mis hermanas sabían que acababa de llegar allí y que no estaba familiarizada con los alrededores, por lo que hacer la compra sería difícil, sacaron tiempo para ir conmigo a comprar comida y las cosas básicas. Soy mayor y los ordenadores no se me dan bien, así que mis hermanas me enseñaron con paciencia y amabilidad. A veces, cuando me topaba con una dificultad, era negativa y débil, y ellas encontraban pasajes relevantes de la palabra de Dios para compartirlos conmigo. Me ayudaban con amor y resolvían mis dificultades prácticas. Aunque mis hermanas estaban muy ocupadas con sus deberes, cada vez que tenían un momento me ayudaban con las tareas de la casa, la limpieza y demás. Ni una sola de ellas me despreciaba ni me ignoraba porque fuera anfitriona. Todas hacían lo que podían en el desempeño de su deber. Sentí que, entre hermanos y hermanas, no había distinción entre lo humilde y lo elevado. Estábamos aún más unidas y éramos más íntimas que una familia. Todos los días era muy plenos y yo me sentía cómoda y en paz. ¡Di gracias sinceramente a Dios! Después de someterme al juicio y castigo de las palabras de Dios, sentí que había ganado un poco en cuanto a la entrada en la verdad de obedecer a Dios y me volví más obediente en mi deber. Pero bien sabía Dios que mi naturaleza satánica de buscar fama y estatus estaba profundamente arraigada, así que dispuso otro entorno para purificarme y salvarme.

Un día, la líder de la iglesia me llamó, dijo que una de las hermanas estaba muy ocupada con su deber y no tenía a nadie que cuidara a su hija los sábados por la tarde; me pidió que sacara tiempo para ayudarla durante medio día todas las semanas. Cuando oí que iba a trabajar de niñera, me sentí un poco ofendida. “¿Ser niñera cuenta como llevar a cabo mi deber? Además, durante todos estos años he estado ocupada con mis negocios y no tuve que cuidar a mis propios nietos. Todo el trabajo que hacía era algo que me hacía quedar bien y, a los ojos de mis familiares y amigos, era una mujer fuerte. Sólo desempeñar el deber de anfitriona ya es humillante para mí, así que si cuido a la niña de alguien, ¿no me habré convertido simplemente en una niñera? No puedo labrarme una reputación ni ganar estatus siendo niñera; no quiero hacerlo”. Así que me disculpé: “Ahora estoy preparando la comida para las hermanas y tengo que encargarme de la casa. A menudo vienen hermanos y hermanas, así que, de verdad, no puedo salir”. Como ponía excusas y me mostraba evasiva, la líder me pidió que primero orase a Dios, buscase y luego, tomase una decisión. Después de colgar el teléfono, no encontraba paz en mi corazón y, cuanto más pensaba en ello, peor me sentía. Pensé: “¿Por qué no busca la líder a otra persona? ¿Por qué tengo que ser yo? No puedo labrarme una reputación ni ganar estatus trabajando de niñera. ¿Cómo me verían mis hermanos y hermanas si lo supieran? ¿Cómo podría mirarlos a la cara? Pero, si no lo hago, ¿no pensarán mis hermanos y hermanas que no tengo amor en mi corazón?”. Tras pensarlo mucho, al final decidí ir allí y probar.

Fui a casa de la hermana Zhou el sábado por la tarde y vi que la alegre pequeña era inocente y adorable, pero yo no estaba contenta. Mi corazón estaba inquieto. Me costó llegar a las cinco de la tarde, cuando la pequeña empezó a llorar llamando a su madre y no conseguía calmarla hiciera lo que hiciera. La hermana Zhou estaba a punto de llegar a casa, pero la niña no dejaba de llorar. Me puse muy nerviosa. Pensé: “Si vuelve y ve a su hija llorando, ¿qué va a pensar de mí? ¿Creerá que, a mi edad, ni siquiera puedo cuidar a una niña pequeña?”. Muy nerviosa, lo único que podía hacer era convencerla con chucherías, contarle cuentos y ponerle los dibujos animados. Poco a poco, dejó de llorar y entonces la hermana Zhou volvió de desempeñar su deber. Así logré aguantar una tarde. Mientras caminaba de vuelta a casa, pensaba: “Cuidar a un niño no es tarea fácil. Aparte de ser cansado, hay mucho de lo que preocuparse. Si ocurriera algo, no podría lidiar con ello. Y hay mucha gente en la iglesia, así que, ¿por qué necesitan que sea yo la niñera?”. Cuanto más pensaba en ello, más me frustraba. Aquella noche, no dejaba de dar vueltas en la cama y no conseguía dormirme. Tuve que presentarme ante Dios y orar: “¡Dios! Me siento fatal ahora mismo. Sé que ayudar a esta hermana a cuidar de su hija es para que sus preocupaciones familiares no interfieran en su deber y que debo aceptarlo como mi deber. Pero siempre me siento agraviada y me cuesta obedecer. ¡Oh, Dios! Te suplico que me esclarezcas y me guíes para que pueda entender Tu voluntad y salir de este estado erróneo”. Después de orar, no me sentí tan mal. Abrí el libro de las palabras de Dios y leí esto: “¿Qué es la sumisión genuina? Cuando las cosas resultan de acuerdo a tus deseos y estás satisfecho con todo y sientes que es adecuado, y te permite destacarte, brillar y tener algo de honor, dices gracias a Dios, y te puedes someter a la orquestación y planeación de Dios. Pero cuando las cosas te dejan a un lado y no puedes destacarte y nadie nunca te presta atención, entonces sientes que ya no es agradable. […] Someterse bajo circunstancias favorables por lo general es fácil. Si también te puedes someter bajo circunstancias adversas, aquellas que van en contra de tu voluntad, que hieren tus sentimientos, que te debilitan, que te hacen sufrir en la carne y tener vergüenza, que no pueden satisfacer tu vanidad ni tu orgullo, que te hacen sufrir en tu corazón, entonces eso es suficiente y realmente has crecido. ¿No es este el objetivo que deberíais estar buscando? Si tenéis esta intención, este objetivo, entonces hay esperanza” (La comunión de Dios).

El carácter corrupto del hombre se esconde dentro de cada uno de sus pensamientos e ideas, dentro de los motivos detrás de cada una de sus acciones; se esconde dentro de cada opinión, entendimiento, punto de vista y deseo que tiene en su acercamiento a todo lo que Dios hace. ¿Y cómo aborda Dios estas cosas del hombre? Él planea ambientes para exponerte. Él no sólo te expondrá, sino que también te juzgará. Cuando reveles tu carácter corrupto, cuando tengas pensamientos e ideas que desafíen a Dios, cuando tengas estados y puntos de vista que compitan con Dios, cuando tengas estados a través de los cuales malinterpretes a Dios o te resistas y te opongas a Él, Dios te reprenderá, te juzgará y te sancionará e incluso algunas veces Él te castigará y te disciplinará. […] Dios quiere que reconozcas tu carácter corrupto y tu esencia satánica para que puedas ser obediente a los ambientes que Dios dispone para ti y, finalmente, para que puedas practicar lo que Él demanda de ti de acuerdo con Su voluntad y seas capaz de cumplir con Su voluntad” (‘Sólo si se es verdaderamente obediente se tiene una creencia auténtica’ en “Registros de las pláticas de Cristo”).

Al enfrentarme a estas reveladoras palabras de juicio de Dios, sentí que no tenía dónde esconderme. Al ver estas palabras de Dios: “El carácter corrupto del hombre se esconde dentro de cada uno de sus pensamientos e ideas, dentro de los motivos detrás de cada una de sus acciones; se esconde dentro de cada opinión, entendimiento, punto de vista y deseo que tiene en su acercamiento a todo lo que Dios hace”. No pude evitar mirar en mi interior: ¿por qué era incapaz de obedecer al entorno que Dios había dispuesto para mí? ¿Por qué no estaba dispuesta a ayudar a la hermana con el cuidado de la niña? Creía que cuidar niños era algo que hacían las personas de menor posición social y que suponía una pérdida de estatus, que los demás lo despreciarían. Creía que sólo desempeñar un deber con el que pudiera lucirme y hacer algo grande, que los demás admirasen y respetasen, era valioso y así sería elogiada por Dios. Si mi deber es humilde e invisible a los demás, no vale nada. Reflexioné sobre estos pensamientos e ideas en mi interior y sólo entonces me di cuenta de que seguía bajo el control del deseo de fama y estatus. Los objetivos, las perspectivas sobre la vida y los valores que buscaba en mi creencia en Dios eran los mismos que los de las personas mundanas. Al igual que todas esas toxinas y leyes de la lógica de Satanás: “Cría fama y échate a dormir”, “Al igual que un árbol vive con su corteza, el hombre vive con su rostro”, “El agua cae, el hombre trepa”, “Los hombres siempre deberían esforzarse por ser mejores que sus contemporáneos”, etc. Estas toxinas y leyes de la lógica de Satanás habían arraigado profundamente en mi corazón y se habían convertido en mi vida, haciéndome extremadamente arrogante y haciendo que amara la fama y el estatus. Esto me llevó a calcular siempre las ganancias y pérdidas de fama y estatus en mi deber, y no puedo obedecer a Dios verdaderamente.

Entonces reflexioné de nuevo sobre las palabras de Dios y llegué a comprender que aunque el entorno que Dios había dispuesto para mí era contrario a mis propias nociones, contenía las buenas intenciones de Dios. Él quería exponerme a través de ese entorno, para que así pudiera obtener una comprensión más profunda de mi propio carácter corrupto y viera claramente que estaba tomando el camino equivocado, permitiéndome arrepentirme y recapacitar, para así entrar en el camino correcto de buscar la verdad. Ahora, da igual que los demás vean el deber que estoy cumpliendo como algo magnífico o algo trivial, todo es el gobierno y arreglo de Dios y es la responsabilidad y el deber que debo llevar a cabo. Simplemente debo aceptarlo y obedecerlo sin conjeturas ni deliberaciones; no puedo razonar ni oponerme. No es decisión mía, ¡sólo eso es auténtica obediencia!

Mientras hacía mis devocionales espirituales al día siguiente, leí más de las palabras de Dios: “Si no cumples bien con tu deber sino que siempre buscas el honor, compites por posición, prestigio, reputación y tus propios intereses, entonces, mientras vivas en ese estado, ¿quieres prestar servicio? Puedes servir si quieres pero es posible que seas expuesto antes de que tu servicio termine. Exponerte sucedes instantáneamente. Tan pronto como eres expuesto la pregunta ya no es si tu estado puede mejorar; más bien, es probable que tu resultado ya haya sido determinado, y eso será un problema para ti” (‘Puedes obtener la verdad después de entregar tu verdadero corazón a Dios’ en “Registros de las pláticas de Cristo”). “Aquellos que no persiguen la vida no pueden ser transformados; los que no tienen sed de la verdad no pueden ganarla. No te centras en perseguir la transformación personal y entrar; siempre te enfocas en esos deseos extravagantes, y en las cosas que cohíben tu amor por Dios, y te frenan de acercarte a Él. ¿Pueden transformarte esas cosas? ¿Pueden introducirte en el reino?” (‘¿Por qué no estás dispuesto a ser un contraste?’ en “La Palabra manifestada en carne”). Esto me atravesó el corazón, palabra por palabra. Vi el carácter justo y santo de Dios que no tolerará las ofensas de la humanidad y no pude evitar sentir miedo por el camino que había tomado. Me di cuenta de que había creído en Dios durante muchos años y, sin embargo, no había buscado la verdad; siempre había buscado fama y estatus. Me había centrado en las cosas que podía hacer delante de los demás para que me respetasen y me apoyasen. Estaba atada y limitada por estos deseos extravagantes y era incapaz de obedecer los planes de Dios. Era especialmente incapaz de obedecer o amar a Dios. Si continuaba siguiéndolo de aquella manera hasta el final, mi carácter de vida nunca cambiaría. Seguiría sufriendo el control de esta naturaleza satánica y rebelándome y resistiéndome a Dios. Entonces, ¿cómo podría salvarme Dios? Aunque dejé al descubierto bastante corrupción mediante este cambio en mis deberes, llegué a entender que, en mi fe en Dios, sólo buscando la verdad y aceptando el juicio, castigo, poda y trato de las palabras de Dios puedo entender la esencia de mi propia naturaleza satánica y ver claramente la verdad de mi corrupción de rebelarme contra Dios y resistirme a Él. Esto puede llevarme a detestarme, a abandonar la carne y lograr una transformación en mi carácter de vida, convirtiéndome así en alguien que es verdaderamente obediente a Dios y obtiene Su elogio. Entendiendo esto, sentí que era realmente necesario aprender a someterme en la fe en Dios. Justo entonces, decidí: No importa qué deber planee para mí la Iglesia, estoy dispuesta a obedecer absolutamente lo que Dios ha dispuesto. No intentaré introducir mis propios razonamientos ni tendré en cuenta mis propias ganancias o pérdidas. ¡Sólo quiero cumplir incondicionalmente mi deber como criatura de Dios y satisfacer a Dios!

En los días siguientes, cada vez que mis hermanos y hermanas estaban ocupados con su deber y necesitaban que ayudase con el cuidado de los niños, lo acepté de corazón y obedecí al entorno que Dios había dispuesto para mí. Llevé a cabo mi deber con diligencia y me sentía cómoda y en paz. También vi mucha guía y bendiciones de Dios. A veces, cuando el niño era desobediente o tenía una rabieta, yo estaba a punto de perder la paciencia. Pero de inmediato era capaz de reconocer que volvía a dejar mi corrupción al descubierto, así que me apresuraba a volver a Dios y a reflexionar sobre mí misma, y veía que, delante de Dios, era igual que un niño inmaduro que a menudo se rebelaba contra Dios y se resistía a Él y no hacía lo que Él decía. No me sentía tan nerviosa y podía ser más comprensiva e indulgente con el niño. A veces, tenía pequeñas diferencias de opinión con ellos, así que intentaba quitarme el manto de adulta y escuchar lo que tenían que decir, y aceptaba cualquiera de sus sugerencias que fuera correcta. También aprendí a tener una conversación íntima con un niño y a entender sus sentimientos realmente. Cuando estaban preocupados por algo, me hablaban de ello y ya no había distancia entre nosotros. También leíamos juntos las palabras de Dios a menudo y escuchábamos himnos. Compartía las comunicaciones sobre las tres etapas de la obra de Dios y sobre cómo orar a Dios y confiar en Él cuando experimentamos dificultades en la vida. Además, ellos me enseñaban inglés; nos ayudábamos mutuamente. Cuando vi que los niños se volvían cada vez más obedientes y que aprendían a orar a Dios y a confiar en Él cuando tenían dificultades, me sentí increíblemente feliz. ¡No pude evitar expresar mi gratitud y alabanzas a Dios de todo corazón! Por medio de mi experiencia del juicio y castigo de las palabras de Dios, gradualmente fui dejando ir mi deseo de buscar fama y estatus. Ya no quería desempeñar ningún deber que me diera importancia ni me centraba en cómo me veían los demás. En lugar de eso, me volví capaz de obedecer los planes de Dios, enfrentarme a Dios con firmeza y cumplir mi deber. Siento que vivir de esta manera es relajante, liberador y que es una liberación. También he experimentado profundamente que, en la casa de Dios, ningún deber es grande ni pequeño ni hay distinción entre lo humilde y lo elevado. No importa qué deber desempeñe, contiene una lección que debo aprender, así como verdades que debo poner en práctica y en las que debo introducirme. Siempre y cuando practique las palabras de Dios y lo obedezca, seré capaz de ganar la obra del Espíritu Santo y entender la verdad, y recibir Sus bendiciones al desempeñar mi deber. ¡Me permite ver lo justo que es Dios y que Él no trata a nadie injustamente!

Dios dice: “Dios paga un precio, un precio doloroso, por cada individuo, y cada uno tiene Su voluntad. Dios paga un precio minucioso por el bien de cada individuo. Él fija Su voluntad en todas y cada una de las personas con expectativas y esperanzas para todos. El precio doloroso que Dios libremente paga por esas personas, proveyendo Su vida y la verdad a cada individuo, todo se da voluntariamente. Así que Dios está satisfecho si alguien es capaz de entender este objetivo suyo y, si puedes aceptar y obedecer las cosas que Él hace, y si puedes recibir todo de Dios, entonces Él siente que el precio doloroso no se ha pagado en vano. Esto quiere decir que, si has vivido a la altura del cuidado y la consideración que Dios ha invertido en ti, has cosechado las recompensas en cada ambiente y no has decepcionado las esperanzas de Dios en ti, y si lo que Dios hace en ti ha tenido el efecto esperado y ha alcanzado el objetivo esperado, entonces el corazón de Dios está satisfecho” (‘Para alcanzar la verdad, debes aprender de las personas, los asuntos y las cosas que te rodean’ en “Registros de las pláticas de Cristo”). De las palabras de Dios he entendido que todas las personas, acontecimientos, cosas y entornos con los que me encuentro todos los días contienen la voluntad de Dios y Sus esfuerzos. Dios tiene una comisión para mí y ha depositado Su esperanza en mí expresamente. Me ha rescatado del enorme mundo. La voluntad de Dios es que represente mi propio papel en Su plan de gestión. Como una de las creaciones de Dios, mi deber es prestar atención a lo que Él dice, obedecer Sus arreglos, hacer lo que Él me ha confiado de una manera ordenada y cumplir mis responsabilidades. Este es mi deber y es mi misión que no puedo eludir. Por lo tanto, decido aceptar y obedecer todo lo que provenga de Dios y en todas las personas, acontecimientos y cosas dispuestos por Dios, buscar la verdad, intentar comprender la voluntad de Dios y practicar según los requisitos de Dios. En el futuro, no importa qué entorno ni qué deberes me encuentre, no importa cuánto disten de mis propias nociones, estaré dispuesta a aceptar y obedecer. Me entregaré con todo mi corazón, con toda mi alma y con toda mi mente al cumplimiento de mi deber. ¡Buscaré convertirme en alguien que realmente obedece a Dios y obtiene Su elogio!