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El amor de Dios está conmigo en las adversidades

 

Por Li Ling, Provincia Henan

 

Mi nombre es Li Ling y cumplí 76 este año. Obtuve la fe en el Señor Jesús en 1978 después de enfermarme y durante ese periodo recibí muchísima de Su gracia. Esto realmente me inspiró a trabajar con entusiasmo para el Señor; fui por todos lados dando sermones y compartiendo el evangelio, así como hospedando hermanos y hermanas en mi casa. Nuestra iglesia rápidamente creció a una congregación de más de 2,000 personas y, como resultado, el gobierno del Partido Comunista Chino comenzó a oprimirnos al poco tiempo. La policía vino y registró mi casa varias veces, intentando evitar que practicara mi fe y difundiera el evangelio y, cada vez que venían, tomaban alguna cosa de valor y cualquier cosa que pudieran llevarse, hasta los focos. Además, fui arrestada por los oficiales de la Oficina de Seguridad Pública (OSP) y detenida más de una decena de veces. Acepté la obra de Dios Todopoderoso de los últimos días en 1996 y, dos años después de eso, una vez más sufrí el arresto y la persecución por parte del gobierno del PCCh, pero esta vez fue aún más frenético. Experimenté de primera mano lo increíblemente difícil que era poner la fe en Dios en un país ateo como China. A pesar de todas estas dificultades, aún podía sentir la salvación de Dios y Su amor por mí.

 

A mitad de la noche, un día de mayo de 1998, un poco después de las 2:00 a.m., el ruido de alguien golpeando mi puerta me sacó de un sueño profundo. No pude evitar ponerme nerviosa y pensé: “¡Debe ser la policía! Aquí hay cinco hermanos y hermanas de fuera de la ciudad que vinieron para difundir el evangelio. ¿Cómo puedo protegerlos?” Me aterré. Antes de que pudiera llegar a la puerta, la policía la abrió de una patada con un fuerte golpe. El jefe del Departamento de Seguridad Política de la OSP, pistola en mano, y más de una decena de oficiales de policía con garrotes eléctricos irrumpieron violentamente. Tan pronto como cruzó el umbral, un oficial se volvió hacia mí, me pateó ferozmente y gritó: “¿Qué demonios? ¡Has sido arrestada tantas veces, pero sigues teniendo el descaro de creer en Dios! ¡Te lo advierto, me aseguraré de que pierdas todo lo que tienes y que tu familia sea destruida!” Los malvados oficiales comenzaron a gritar en las habitaciones. “¡Policía, pónganse de pie ahora mismo!” Sin esperar siquiera a que los otros hermanos y hermanas se vistieran, nos esposaron juntos, de dos en dos, nos registraron y también tomaron un anillo que llevaba puesto. Luego comenzaron a saquear todo el lugar, incluso revisaron mi depósito de harina y la tiraron por todo el piso. Simplemente aventaron las cosas por todo el piso. Terminaron llevándose once grabadoras, una televisión, un ventilador, una máquina de escribir y más de 200 libros de las palabras de Dios. Incluso abrieron a la fuerza los cajones de mi hijo y robaron más de mil yuanes que acababa de recibir por su salario. Justo cuando más o menos la decena de oficiales estaban a punto de llevarnos a todos a la estación de policía, mi hijo llegó a casa del trabajo. Tan pronto como vio que le habían robado su salario, corrió hacia los oficiales y les pidió que le devolvieran su dinero. Uno de los oficiales dijo astutamente: “Lo revisaremos en la estación y, si es tuyo, te lo devolveremos”. Pero en lugar de eso, esa noche vinieron a arrestar a mi hijo por el delito de “obstruir asuntos oficiales”. Por suerte, ya se había escondido, de lo contrario, también lo habrían arrestado.

 

La policía llevó a la estación los libros confiscados y otros artículos y luego, durante la noche, nos mantuvo a nosotros seis encerrados por separado en la Oficina de Seguridad Pública del Condado. Sentada allí, no pude encontrar un lugar de calma por un buen rato. Recordé mi arresto en 1987; la policía abusó de mí física y verbalmente y prácticamente me torturaron hasta la muerte. También vi con mis propios ojos que, en menos de dos horas, la policía golpeó a un joven de unos 20 años hasta matarlo y una mujer dijo que había sido violada por turnos por dos oficiales durante el interrogatorio. Los oficiales también ponían a las personas en bancos de tigre, los quemaban con un soldador y les quemaban las lenguas con garrotes eléctricos hasta el punto de que no quedaba sangre. Usaban todo tipo de tácticas despreciables y monstruosas para torturar a las personas; eso es una atrocidad absoluta. Durante mis más de una decena de arrestos o algo así, fui testigo y experimenté personalmente esta tortura cruel y despiadada por parte de la policía. Son capaces de cualquier atrocidad. Estar una vez más en esta “puerta del infierno” y escuchar a la policía decir que me iban a “desollada viva” me dejó aterrorizada. Habían tomado tantas cosas en mi casa ese día y también habían arrestado a varios otros hermanos y hermanas. No había manera de que me soltaran fácilmente. Por lo tanto oré a Dios dentro de mi corazón. “¡Oh Dios! Sé que hoy hemos caído en manos de la policía con Tu permiso. Me siento muy débil porque todos son demonios que carecen por completo de cualquier humanidad, por lo que te ruego que me des valor y sabiduría, y que me des las palabras correctas para decir. Estoy dispuesta a mantenerme firme en el testimonio de Ti, ¡de ninguna manera seré un Judas ni te traicionaré! Espero aún más que puedas proteger a los otros que fueron arrestados para que puedan mantenerse firmes en esta situación. Dios, Tú eres el Rey del universo entero, y todos los sucesos, todas las cosas están sujetas a Tu gobierno y Tus arreglos. Creo firmemente que mientras pueda apoyarme genuinamente en Ti, definitivamente nos llevarás a vencer la influencia de la oscuridad de Satanás”. Dios me esclareció mientras oraba, trayendo a mi mente estas palabras Suyas: “La vida trascendente de Cristo ya ha aparecido, no hay nada qué temer. Los Satanás están bajo nuestros pies y su tiempo no durará mucho más. […] Sé leal a Mí pase lo que pase, y avanza con valentía; ¡Yo soy tu fuerte roca, así que confía en Mí!” (‘Capítulo 10’ de Declaraciones de Cristo en el principio en “La Palabra manifestada en carne”). Las palabras de Dios me llenaron de fe. Es verdad: Dios es todopoderoso y Satanás siempre será derrotado a manos de Dios. Sin el permiso de Dios, no puede tocar un pelo de mi cabeza. Pensé en cómo el gobierno del PCCh me había arrestado tantas veces desde que obtuve mi fe; ¿no había superado estos retos una y otra vez bajo la protección de Dios? También pensé en el profeta Daniel, cómo él y tres de sus amigos fueron incriminados por personas malvadas, luego arrojados al foso de los leones y quemados en un horno de fuego, todo porque defendían el nombre de Jehová y adoraban a Jehová Dios. Sin embargo, tenían la protección de Dios y salieron ilesos. Pensando en todo esto, de repente brotó el valor dentro de mí y me sentí llena de fuerza. Supe que no importaba cómo Satanás me oprimiera o me dañara, con Dios como mi fuerte retaguardia, no tenía nada que temer. Estaba dispuesta a confiar en mi fe y a cooperar con Dios para mantenerme firme en el testimonio de Dios ante Satanás.

 

La policía comenzó a interrogarme a la mañana siguiente. Un oficial que me había interrogado en varias ocasiones anteriores me fulminó con la mirada, golpeó la mesa y lanzó: “Así que eres tú otra vez, vieja perra. Has vuelto a caer en mis manos. ¡Si esta vez no escupes lo que sabes, te vas a meter en serios problemas! ¡Habla! ¿De dónde son todas esas personas que se estaban quedando en tu casa? ¿Quién es el líder de la iglesia? ¿De dónde salieron esos libros? ¿A quién pertenece la máquina de escribir?” No pude evitar comenzar a sentirme nerviosa; ese oficial era tan despiadado, tan autoritario y no dudaría en matar a golpes a alguien. Tímidamente bajé la cabeza y ni chisté, orando en silencio a Dios todo el tiempo para que cuidara mi corazón. Al ver que no hablaba, el oficial comenzó a insultarme. “¡Vieja bruja, no tiene sentido amenazar con agua hirviendo a un cerdo muerto!” Se lanzó contra mí mientras gritaba y me pegó una patada voladora en el esternón. Volé varios metros y me desplomé en el suelo, boca arriba. Me dolía tanto que no podía recobrar el aliento. Renuente a soltarme, se acercó corriendo, me levantó del piso tomándome de la ropa y dijo: “¡Estúpida vieja perra! No voy a dejarte morir hoy, pero me aseguraré de que tu vida no valga la pena. ¡Vas a vivir una vida de sufrimiento!” Al decir esto, me atormentó con su garrote eléctrico; al ver que emitía luz azul, me sentí realmente asustada. En silencio oré a Dios una y otra vez y en ese momento algunas de Sus palabras me vinieron a la mente: “Debes soportarlo todo; por Mí, debes estar preparado para renunciar a todo lo que posees y hacer todo lo que puedas para seguirme, y debes estar preparado para gastarte por completo. Este es el momento en que te probaré, ¿me ofrecerás tu lealtad? ¿Puedes seguirme hasta el final del camino con lealtad? No tengas miedo; con Mi apoyo, ¿quién podría bloquear el camino? ¡Recuerda esto! ¡No lo olvides! Todo lo que ocurre es por Mi buena intención y todo está bajo Mi observación. ¿Puedes seguir Mi palabra en todo lo que dices y haces? Cuando las pruebas de fuego vengan sobre ti, ¿te arrodillarás y clamarás? ¿O te acobardarás, incapaz de seguir adelante?” (‘Capítulo 10’ de Declaraciones de Cristo en el principio en “La Palabra manifestada en carne”). A través de las palabras de Dios, no sólo me sentí fuerte y envalentonada, sino que llegué a comprender Su voluntad. La prueba que estaba atravesando en ese momento era un tiempo para que Dios me probara. Ese oficial me estaba torturando físicamente en un intento por hacer que traicionara a Dios, pero Su voluntad era que yo le ofreciera mi devoción y amor a Él. Él estaba poniendo sus esperanzas en mí, por lo que simplemente no podía sucumbir ante la carne y doblegarme ante las fuerzas de Satanás. Sabía que tenía que estar decididamente del lado de Dios y dar un rotundo testimonio de Él. El oficial me atacó salvajemente con su garrote y una ola tras otra de la corriente eléctrica fluyeron a través de mí, obligando a mi cuerpo a agarrotarse y contraerse en una bola. Mientras me atormentaba, gritaba: “¡Habla ya! ¡Si no hablas, te atormentaré hasta la muerte!” Apreté los dientes y aun así no dije una palabra. Al ver esto, perdió los estribos con rabia. En ese momento odié a ese demonio trastornado hasta los tuétanos de mis huesos. Dios creó al hombre; creer en Él y adorarlo es lo correcto y apropiado sin lugar a dudas, pero el PCCh resiste locamente a Dios, reprimiendo y persiguiendo brutalmente a los creyentes, sin siquiera perdonarme a mí, una anciana de 60 años. ¡Incluso querían causar mi muerte! Cuanto más daño me hacían, más apretaba los dientes con odio y juraba dentro de mi corazón: aunque sea mi muerte, me mantendré firme en mi testimonio de Dios. No seré una traidora que viva una existencia vergonzosa, inspirando los escarnios de Satanás. El oficial se agotó de golpearme y gritarme, así que al ver que aun así no diría nada, uno de los oficiales trató de engatusarme: “Ya eres vieja, ¿para qué sirve todo esto? Sólo dinos lo que queremos saber, quién te dio esas cosas y dónde viven esas personas y te llevaremos a casa”. Dios me esclareció para detectar este engaño de Satanás, así que aun así no dije nada. Al ver que no abriría la boca, de repente se puso agresivo y comenzó a amenazarme. “Di la verdad y no recibirás una condena tan grave; de lo contrario, recibirás un trato más severo. ¡Si no hablas, te darán 12 años y estarás encerrada por el resto de tu vida!” Sentí un zumbido en la cabeza cuando lo escuché decir que me darían 12 años y pensé: “Estoy en un estado físico tan malo que no podría aguantar ni un solo año, mucho menos 12. Tal vez termine muriendo en prisión”. La idea de pasar el resto de mis días en una prisión sombría sin la luz del sol me entristeció por completo. ¿Sería capaz de aguantar sin la vida de la iglesia y el sustento de las palabras de Dios? Al sentirme perdida, en silencio oré a Dios. Inmediatamente Él me esclareció, haciéndome pensar en estas palabras Suyas: “De todo lo que acontece en el universo, no hay nada en lo que Yo no tenga la última palabra. ¿Hay algo que no esté en Mis manos?” (‘Capítulo 1’ de Las palabras de Dios al universo entero en “La Palabra manifestada en carne”). ¡Es verdad! El destino de los seres humanos está en manos de Dios, y todos los acontecimientos y todas las cosas están sujetos a Su gobierno y a Sus arreglos. Sin excepción, lo que Dios dice, es; si Dios no me permite ir a prisión, la policía no tiene nada que decir, pero si Él lo permite, entonces me someteré a ir a prisión sin quejarme. Pedro pudo someterse al juicio y castigo de Dios, a pruebas y tribulaciones. Él mismo no tenía opción y se entregó completamente a Dios y obedeció Sus arreglos. Al final, fue crucificado boca abajo para Dios; obedeció hasta la muerte y se convirtió en un modelo del amor a Dios. Sabía que ese día tenía que aprender del ejemplo de Pedro y ponerme en manos de Dios. Aunque eso significara cadena perpetua, aun así tenía que someterme a Dios. La policía terminó enviándome a un centro de detención.

 

En el centro de detención, sentí que estaba en un infierno. No había ventanas en las celdas, no había luz eléctrica y más de 20 personas estaban apiñadas en una celda de sólo 10 metros cuadrados. Teníamos que comer, beber y orinar dentro de la celda. Había pequeños charcos de agua por todo el piso y había algunos tapetes desenrollados, pero no había cobijas ni sábanas. Todos teníamos que acostarnos sobre esos charcos de agua para dormir. En la esquina había un balde a modo de retrete y había mosquitos y moscas por todas partes. El hedor era tan fuerte que apenas podía respirar; todos forcejeaban por el espacio cerca de la puerta de hierro para poder obtener un poco de aire a través de la abertura de menos de un pie. Hacía realmente mucho calor en el verano y había tantas personas apiñadas en esa pequeña celda que muchos reclusos iban desnudos, sin llevar nada puesto. A menudo estallaban las peleas entre los prisioneros por pequeñeces y constantemente decían obscenidades. Nuestras comidas diarias consistían en sopa de harina medio cocida y fideos finos y vegetales hervidos sin aceite ni sal. Siempre quedaban residuos en el fondo del bol y todos los prisioneros tenían diarrea. Un día, durante el pase de lista, cuando estábamos afuera para tomar un poco de aire fresco, accidentalmente dije el número de prisionero equivocado. El oficial del penal se puso furioso y gritó: “¡Mírate, qué patética! ¡Y eres una creyente en Dios!” Luego tomó su zapato de cuero y me golpeó en la cara con él diez veces, dejando mi rostro amoratado. Todos mis compañeros de celda se metieron en problemas por mi culpa y todos fueron golpeados diez veces. Sus rostros también quedaron amoratados; se cubrían el rostro y lloraban de dolor. A partir de entonces, el oficial del penal me obligó a lavar sus uniformes y camisas y la ropa de cama. Uno de los guardias de mayor rango operaba un hostal fuera de su casa y solía traer toda la ropa de cama que había sido cambiada para que yo la lavara y luego, una vez que estaba limpia, tenía que remendarla toda a mano. Estaba tan terriblemente exhausta al final de cada día que me dolía todo el cuerpo y sufría; realmente sentí que me estaba derrumbando. En sólo unos días se me hincharon las manos. A veces, cuando realmente no podía soportarlo y descansaba por un momento, el oficial del penal me regañaba agresivamente, así que no tenía otra opción más que seguir trabajando, derramando lágrimas. Cuando era hora de descansar por la noche, aunque tenía sueño y estaba cansada físicamente, aun así no podía dormir bien. Mis brazos estaban doloridos y me dolía tanto la espalda que no podía enderezarla. Mis piernas también estaban entumecidas. Incluso hasta el día de hoy sólo puedo levantar los brazos cuarenta o cincuenta grados, ni siquiera puedo sostenerlos derechos. Desarrollé serios problemas gastrointestinales por hacer tanto trabajo duro sin poder nunca comer lo suficiente, lo que me provocó tener diarrea frecuente. Además de eso, las heridas que quedaron por los golpes de esos malvados oficiales de policía no habían sanado por completo. Mi salud empeoró cada vez más. Después desarrollé una fiebre baja persistente y los guardias de la prisión se negaron a posibilitarme un tratamiento. A mi pesar, me debilité y pensé: “A esta edad, si este tipo de tortura continúa, podría morir aquí en cualquier momento”. Una sensación de desolación e impotencia brotó dentro de mi corazón y, en mi sufrimiento, oré a Dios. “Oh Dios, estoy realmente débil en este momento y no sé cuál es Tu voluntad. Dios, por favor guíame para que pueda mantenerme firme en el testimonio de Ti en este momento y satisfacerte”. Clamé a Dios desde mi corazón una y otra vez, y sin que me diera cuenta, Dios me esclareció, trayendo a mi mente un himno de las palabras de Dios. En silencio tarareé este himno: “Dios se ha hecho carne esta vez para realizar esa obra, concluir la que le queda aún por acabar, llevar esta era a su fin, juzgarla, salvar del mar del sufrimiento a aquellos que son profundamente pecadores en el mundo y transformarlos por completo. Muchas son las noches insomnes que Dios ha soportado por el bien de la obra de la humanidad. Desde lo más alto hasta las más bajas profundidades, Él ha descendido al infierno viviente en el que el hombre mora para pasar Sus días con él, nunca se ha quejado de la mezquindad que hay entre los hombres, nunca le ha reprochado a este su desobediencia, sino que ha soportado la mayor humillación mientras lleva personalmente a cabo Su obra. ¿Cómo podría Dios pertenecer al infierno? ¿Cómo podría pasar Su vida allí? Sin embargo, por el bien de toda la humanidad, y para que toda ella pueda hallar descanso pronto, Él ha soportado la humillación, y sufrido la injusticia para venir a la tierra, y entró personalmente en el ‘infierno’ y el ‘Hades’, en el foso del tigre, para salvar al hombre” (‘Cada etapa de la obra de Dios es para la vida del hombre’ en “Seguir al Cordero y cantar nuevos cánticos”). Mientras tarareaba y tarareaba, las lágrimas rodaban continuamente por mi rostro y pensaba en cómo Dios es supremo y, sin embargo, Él se ha humillado dos veces para hacerse carne, soportando sufrimiento y humillación interminables para salvar a la humanidad. No sólo ha sido sometido a la resistencia y la condena de la humanidad corrupta, sino que también ha sufrido la opresión y persecución del PCCh. Dios no tiene culpa y Su sufrimiento es para que la humanidad pueda llevar vidas buenas y felices en el futuro. El dolor y la humillación que Él ha sufrido han sido enormes, pero nunca ha refunfuñado ni se ha quejado con nadie. El dolor que estaba sufriendo entonces era la bendición de Dios que venía sobre mí, y detrás de todo esto estaba Su voluntad. Fue así para que pudiera ver la esencia malvada de esos demonios y, luego, rebelarme contra Satanás, escapar de su oscura influencia y lograr la salvación completa. Sin embargo, no había entendido las bondadosas intenciones de Dios, volviéndome negativa y débil después de sólo un poco de sufrimiento. Al comparar esto con el amor de Dios, vi que era increíblemente egoísta y rebelde. Así que tomé la decisión de que, sin importar cuán amargas o difíciles fueran las cosas, satisfaría a Dios y ya no haría nada para lastimarlo. Juré por mi vida que me mantendría firme en mi testimonio de Dios. Cuando me sometí, vi los hechos de Dios. Después de que la policía me encerró, Dios levantó a mi hermana, que no era creyente, para pagarle a la policía una multa de 16,000 yuanes, así como otros 1,000 yuanes por mi cuarto y comida, y fui liberada.

 

Aunque sufrí tortura de la carne durante mis tres meses en prisión, había visto la verdadera cara de la manada de demonios del PCCh y su resistencia a Dios. Sufrir múltiples arrestos por parte del gobierno del PCCh también me dio un poco de entendimiento práctico de la obra de Dios, Su omnipotencia y sabiduría y Su amor. Vi que Dios me está cuidando y protegiendo en todo momento, y Él nunca se va de mi lado, ni siquiera por un momento. Cuando estaba sufriendo toda clase de torturas por parte de esos demonios y estaba en agonía, fueron las palabras de Dios las que me llevaron una y otra vez a triunfar sobre el daño y la devastación de Satanás, dándome la fe y el valor para vencer la influencia de la oscuridad. Cuando estaba débil e indefensa, fueron las palabras de Dios las que inmediatamente me esclarecieron y me guiaron, actuando como un verdadero pilar para mí y acompañándome durante un día insoportable tras otro. Pasar por tal opresión y adversidad me ha permitido obtener un tesoro de vida que no se puede conseguir en momentos de paz y comodidad. A través de esta experiencia, mi determinación en mi fe se ha fortalecido y no importa qué tipo de cosas atroces pueda enfrentar en el futuro, buscaré la verdad y la vida. Le doy mi corazón a Dios porque Él es el Señor de la creación y Él es mi único Salvador.

 

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