La oración es el canal a través del cual nos comunicamos con Dios. La oración es el mejor medio para que nuestros corazones logren calmar ante Dios, para contemplar mejor la palabra de Dios, buscar Su voluntad y establecer una relación normal con Él. Pero en la vida, debido a que estamos ocupados con el trabajo o las tareas domésticas, a menudo hacemos como que oramos y tratamos a Dios a la ligera, sólo decimos unas cuantas palabras descuidadamente. Cuando estamos ocupados, por ejemplo a primera hora de la mañana, yendo al trabajo o con otra cosa, oramos apresuradamente: “¡Oh, Dios! Encomiendo el trabajo de hoy en Tus manos, y Te encomiendo a mis hijos y mis padres. Lo encomiendo todo en Tus manos y te pido que me bendigas y protejas. ¡Amén!” Tratamos a Dios a la ligera diciendo unas pocas palabras al azar. Nuestros corazones no están tranquilos, ni mucho menos tenemos una interacción real con Dios. A veces, al orar, le decimos a Dios algunas palabras que suenan agradables y otras que suenan vacías y jactanciosas, pero no le decimos a Dios lo que hay en nuestros corazones. O a veces, cuando oramos, recitamos ciertas palabras de memoria y repetimos siempre esas mismas palabras viejas y rancias, se convierte por completo en una oración de un ritual religioso. En nuestras vidas pronunciamos muchas oraciones como esta: oraciones que se ciñen a las reglas, en las que no abrimos nuestros corazones a Dios ni buscamos su voluntad. Dios odia que digamos oraciones sin sentirlas realmente, pues ese tipo de oraciones corresponden a las apariencias y al ritual religioso y no hay una interacción real con Dios en nuestro espíritu. La gente que ora así está tratando a Dios a la ligera y está engañando a Dios. Por lo tanto, Dios no escucha esas oraciones y se hace muy difícil que el Espíritu Santo conmueva a las personas que oran de esta manera. Cuando oran así, son incapaces de sentir la presencia de Dios, sus espíritus son oscuros y débiles, y su relación con Dios se vuelve cada vez más distante.
El Señor Jesús dijo: “Dios es espíritu, y los que le adoran deben adorarle en espíritu y en verdad” (Juan 4:24). Dios es el Creador que abarca todo el cielo y la tierra. Él está a nuestro lado en todo momento, observando cada una de nuestras palabras y acciones, cada uno de nuestros pensamientos e ideas. Dios es supremo, totalmente digno, y cuando oramos a Dios, adoramos a Dios, y debemos presentarnos ante Él con un corazón honesto. Por tanto, cuando oramos a Dios, debemos tener un corazón temeroso de Dios, hablarle con verdad y sinceridad, llevar nuestro estado real, nuestras dificultades y problemas ante Dios y hablarle de ellos, y debemos buscar la voluntad de Dios y el camino de la práctica, porque sólo de esta manera nuestras oraciones se conformarán a la voluntad de Dios. Por ejemplo, encontramos algunas dificultades en la vida o nos vemos viviendo en una situación en la que estamos constantemente pecando y confesando, y nos sentimos atormentados. Y así, abrimos nuestros corazones a Dios, le contamos estos problemas y buscamos Su voluntad, y Dios verá nuestra sinceridad y nos conmoverá. Él nos dará fe o nos iluminará para que entendamos Su voluntad. De esta manera, llegamos a comprender la verdad y a tener un camino a seguir. Por ejemplo, cuando al fin reconocemos que nuestras oraciones se ciñen a las reglas y se dicen como una formalidad, hablamos con jactancia o de una manera vacía y no estamos teniendo ninguna interacción real con Dios, entonces podemos orar de esta manera: “¡Oh, Dios! Antes, al orar, sólo te estaba tratando a la ligera. Todo lo que dije fue para engañarte y no hablaba con ninguna sinceridad; me siento muy en deuda contigo. De este día en adelante, deseo orar de corazón. Te diré lo que pienso de corazón, te adoraré con un corazón honesto y te pediré tu guía”. Cuando nos abrimos a Dios de esta manera, desde el fondo de nuestros corazones, es cuando somos conmovidos. Vemos entonces hasta qué punto nos hemos rebelado contra Dios, y deseamos todavía más arrepentirnos de verdad ante Dios y hablarle sinceramente. En ese momento, sentiremos que nuestra relación con Dios es extremadamente estrecha, como si estuviéramos cara a cara con Él. Ese es el resultado de abrir nuestros corazones a Dios.
Abrir nuestros corazones a Dios no tiene nada que ver con cuánto le decimos, o si usamos o no palabras extravagantes o un lenguaje elevado. Mientras abramos nuestros corazones a Dios y le hablemos de nuestro verdadero estado, busquemos Su guía e iluminación, entonces Dios nos escuchará incluso si sólo decimos unas pocas palabras sencillas. Cuando nos acercamos con frecuencia a Dios de esta manera, ya sea en reuniones o durante la devoción espiritual, o cuando caminamos por la calle o nos sentamos en el autobús o en el trabajo, nuestros corazones siempre se abrirán silenciosamente a Dios en oración. Sin ser conscientes de ello, nuestros corazones pueden entonces calmarse aún más ante Dios, comprenderemos más la voluntad de Dios y, cuando nos topemos con problemas, sabremos cómo practicar la verdad para satisfacer a Dios. De esta manera, nuestra relación con Dios será mucho más normal.
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